martes, 20 de septiembre de 2011

SOBRE SEXUALIDAD

Sexualidad en Arkhé, en Equilibrio


Sexualidad unitiva y sexualidad procreadora
Juan Masiá Clavel, teólogo, bioeticista



La Comunidad

Un punto débil muy criticable, antropológica y éticamente, en los documentos eclesiásticos sobre familia, sexualidad y procreación asistida, es la obsesión injustificada por no distinguir ni separar los aspectos unitivos y procreativos en la relación sexual. Ahí se bloquea el razonamiento moral y se acaba por oponerse, tanto a la procreación médicamentre assitida como a la contracepción y las relaciones que no tienen como finalidad la procreación.

En este punto se mantienen sin ceder tanto Pablo VI, como Juan Pablo II y Benedicto XVI. Por citar solamente un texto típico, me remito al n. 4 de la instrucción Donum vitae (CDF, 1987). Dice así: “La contracepción priva intencionalmente al acto conyugal de su apertura a la procreación y realiza de ese modo una disociación voluntaria de las finalidades del matrimonio. La fecundación artificial homóloga (sic), intentando una procreación que no es fruto de la unión específicamente conyugal, realiza objetivamente una separación análoga entre los bienes y significados del matrimonio”.

El n. 15 de la reciente encíclica “Caritas in veritate” repite esta manera de pensar y lo corrobora en la nota 27 citando a Pablo VI y una alocución del mismo Ratzinger: Cf. nn. 8-9: AAS 60 (1968), 485-487; Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Congreso Internacional con ocasión del 40 aniversario de la encíclica «Humanae vitae» (10 mayo 2008): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (16 mayo 2008), p. 8.

Se ve claramente que no sólo no ha cambiado la postura oficial eclesiásstica, sino que en el papado actual se dejan cada vez más “atados y bien atados” los nudos del paquete de tomas de posición intransigentes e incompatibles con la ciencia y el pensamiento antropológico y ético.

Frente a esta estrechez de miras hay que seguir invitando a pensar. Por ejemplo, repensemos el lema tan conocido del libro del del Génesis: “Creced, multiplicaos”(Gen 1,28). (La Biblia de Alonso Shökel y J. Mateos traduce muy bien con una coma, en vez de con una “y”. No dice: “Creced y multiplicaos”, sino “Creced, multiplicaos”.

El “creced, multiplicaos” del imperativo bíblico a la mítica pareja primordial se parafrasea de varias maneras. Quienes dan prioridad a la procreación leen así: “Multiplicaos para aumentar descendencia, no se extinga la especie”. Otra lectura posible: “Ayudaos mutuamente a crecer, y multiplicaos”. Esta interpretación desdobla la unión de la pareja en ayuda mutua y procreación. Para una lectura más radical “creced y multiplicaos” son imperativos diferentes: “Creced, siempre. Multiplicaos, no siempre, sino a su tiempo”. Para crecer juntos, amaos y deciros que os queréis. Decidlo con la palabra y el cuerpo, acariciaos mutuamente. Y cuando sea oportuno que el amor fructifique en prole, favoreced las condiciones para acogerla, criarla y educarla.

Esta interpretación no identifica el crecimiento con la mutiplicación, ni el amor con la procreación. Las exhortaciones sobre la familñia en documentos eclesiásticos no concordarían con esta interpretación, ya que el punto débil de la teología “romana” en esta tema es su énfasis en la inseparabilidad de lo procreativo y lo unitivo en todos y cada uno de los actos de unión corporal de la pareja. En cambio, desde la antropología y la ética, habría que recalcar la asimetría entre los dos polos de la frase: “creced; multiplicaos”. “Creced juntos” es un imperativo válido para siempre en la vida de la pareja.

“Multiplicaos” es un imperativo condicionado a la conveniencia y oportunidad de las circunstancias. “Creced mutuamente” es una brújula para las relaciones de pareja. “Multiplicaos responsablemente” es el lema de la acogida correcta al nacimiento de una nueva vida.

Así, el emblemático “creced, multiplicaos” repercute en el enfoque de las relaciones íntimas de pareja, tanto en uniones formalizadas como informales y tanto antes como después de su formalización.

Aplicándolo a la educación sexual en los diversos niveles pedagógicos (que deberían tratarse bien en la educación para la ciudadadnía, de acuerdo con la edad y la capacidad receptiva del alumnado de ética), habría que tratar sobre dos modos diferentes de ejercitar la relación afectivo-sexual: 1) Cuando hay un proyecto progenitor y una finalidad procreadora. 2) Cuando el ejercicio de la relación afectivo-sexual no se orienta a la finalidad procreadora, es decir, no es para multiplicarse, sino vehicula otras finalidades de crecimiento mutuo de la pareja en su relación. En este segundo caso hablaríamos de “caricias unitivas”, mientras que en el primer caso hablaríamos de “unión procreadora”.

Pero hay que matizar, para que la noción de caricia no pierda su riqueza antropológica, tal como la descubre la fenomenología y filosofía de la ternura. La caricia íntima, indivisiblemente corpóreo-espiritual, tiene al menos cuatro asspectos importantes: ternura, comunicación, juego y relajación. Estos cuatro aspectos se pueden estructurar en una pirámide de base triangular. En el vértice de la pirámide, la ternura. En la base triangular, la comunicacion, el juego y la relajación. Mediante la caricia íntima, la pareja comunica, juega y se relaja. La garantía de autenticidad de estos tres comportamientos es precisamente la ternura.

Por eso no satisface que las traducciones inglesas del diccionario informatizado conviertan este enfoque en una simple divulgación simplista y pobre de lo que se etiqueta con el calificativo de “petting”. Nadie debería convertirse para su pareja en un mero objeto de satisfacción, ni en un animal de compañía –viviente o robotizado-, ni en un juguete de “casa de muñecas”, que diría Ibsen. Por eso, el énfasis en que el vértice de la citada pirámide sea la ternura, aun a riesgo de que nos tilden de romanticismo anacrónico.

Dicho esto se comprenderá la reinterpretación propuesta del “creced, multiplicaos”. Crecer, siempre. Multiplicarse, no siempre. Creced juntos a cada momento. Multiplicaos cuando sea oportuno. Para crecer, acariciaos.

Que la caricia en todos sus niveles sea expresión de ternura, vehículo de comunicación, expansión lúdica y descanso corporal. Y lo de multiplicarse, cuando sea su momento, que sea responsable y acogedoramente para con la nueva vida naciente.

Esta distinción, en educación sexual, entre la caricia unitiva –no necesariamente vinculada al coito- y la unión procreadora, lograría, entre otros, dos efectos:

1) Favorecería la disminución de embarazos no deseados y abortos.

 2) Evitaría el dilema entre aborto o contracepción, abriendo otras vías alternativas.

No será fácil de entender este enfoque por parte de dos psoturas opouestas:

1) El extremismo “moralizante”, que absolutiza la procreación y hace tabú del placer.

2) El extremismo reduccionista de la sexualidad a la genitalidad y de ésta a su consumación idealizada, polarizada en la penetración vaginal y obsesionada con la eyaculación (tanto por miedo a la precocidad como por ansiedad sobre su compleción).

Volviendo a la Biblia, dice la recomendación a la pareja prototípica: “La vida desemparejada no es buena. No es bueno que estéis solos. Superemos la imagen inadecuada de la costillita de Adán y reinterpretemos el texto hebreo (kenegudô ezer) como “compañía digna”; no mera ayuda, ni que solamente Eva sea ayuda para Adán.. Acompañaos, creced juntos en todo momento, acariciáos siempre. Y lo de multiplicarse, cuando y como sea apropiado”.

(Pero, claro, todo esto supoen una revisión de la moral sexual tradicional, incompatible con los pronunciamientos eclesiásticos oficiales en la actualidad. Por tanto, esta propuesta no representa la postura oficial católica, sino la aspiración ingenua y confiada en su revisión en el futuro por parte de nuestros sobrinos-nietos…).

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