viernes, 3 de julio de 2015

DE PORFIRIO DÍAZ Y LA REVOLUCIÓN MEXICANA

Juan Ignacio Padilla. Co Fundador del Movimiento Nacional Sinarquista. Texto Original 1948.

EL PORFIRIATO 

    “ Entre tanto, los capitalistas, que lo eran los hacendados en el México anterior a la Revolución, llevaban adelante su explotación a gran escala, que nadie pudiera coartarles sus libertades consagradas por el liberalismo.  Salario hasta de $0.14 por jornadas de sol a sol, tiendas de raya, servidumbre esclavizante: El peón pertenecía a su amo con lo poco que poseía: vida, músculo, mujer, hijas e hijos. Y no es por desgracia un mero cuento el “derecho de la primera noche” que algunos amos se arrogaban sobre las doncellas el día de sus desposorios.
     Era la iniquidad al margen de todo derecho: LA INJUSTICIA CLAMABA AL CIELO”. 

Debemos reconocer en Benito Juárez al padre del liberalismo en México,ya que bajo su dictadura, las logias masónicas de los Estados Unidos nos dictaron e impusieron las Leyes de Reforma. Carta Magna de las libertades de los pillos y de los grandes burgueses, enriquecidos a la sombra de una doctrina que hundió en la esclavitud a los humildes.

     De no haberle fallado el corazón a Juárez, la Revolución de 1910 hubiera estallado en 1875. Ya por entonces los desheredados habrían constatado que las libertades de los débiles, estampadas por el liberalismo en la Constitución de 1857, de nada valían frente a las libertades de los poderosos y los influyentes.

    Porfirio Díaz supo aprovechar la inconformidad popular y escaló la presidencia con la misma bandera de Madero: “No Reelección”. Una vez en el poder, como buen liberal, se olvidó de las miserias de los de abajo,cuyos clamores solo le importaron cuando hubo de ahogarlos en sangre.
     Con mejores dotes de estadista, supo sin embargo apaciguar la inconformidad del Pueblo con cierto bienestar material. Los peones trabajaban como bestias, pero al menos comían sin mayores angustias y en la medida de sus limitadas aspiraciones.

    Su libertad de liberal, le permitió reelegirse hasta siete veces, aún cuando ello fuera en contra de la promesa que le sirvió de bandera. 

     Medra en todos los países, una infra – especie humana, que es, en último análisis, la provocadora y culpable de las crisis sociales, grandes y pequeñas, sangrientas y tranquilas, estrepitosas y sordas; que desgraciadamente es la última en sufrir y que rara vez se ve ahogada en las tempestades que levanta.  Tal es la clase capitalista que nunca ha salido del “paganismo”, que vive hundida en el más bestial de los materialismos, presa de una codicia sin límite y clásica representativa del Lupus Hominis.

     Encontramos a los capitalistas en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento de la historia.  Su socarronería ante el mensaje evangélico es de las más funestas. Ellos han creado el problema social de todos los tiempos, desde la escisión entre patricios y plebeyos en la vieja Roma, hasta la lucha de clases en nuestros días.  En que unos cuantos detenten la riqueza, mientras las multitudes carecen aún de lo indispensable, ha constituido siempre el fermento más activo de las luchas entre los hombres. 

     Dios creó el mundo para el servicio del hombre…. De todos los hombres por igual, si por igual trabajan pudiendo hacerlo.  Lo que la Tierra produce, debe bastar para que todos vivamos satisfechos y en paz.

    Pero ha brotado la raza de los rapaces, de los que ambicionan todo; y esa raza, al propagarse por el mundo, ha hecho que huya de las sociedades la paz de la convivencia.  La explotación del hombre por el hombre, con su prolongación desesperante, provocó una serie de reacciones violentas por parte de las mayorías explotadas contra las minorías explotadoras.
   

EL ESPÍRITU


  En la plenitud del Imperio liberal (1889), León XIII alza su voz preñada de angustia para repetir a los capitalistas la severa advertencia de Cristo: “No defraudéis su salario a los Pobres”. 
    
  Les recuerda la misión social de la riqueza y los insta a hacer justicia a los trabajadores, si no que quieren que éstos se lancen airados a una lucha desastrada.  Viendo venir sobre el mundo la catástrofe, los conmina a conjurarla, despojándose de las fauces lobunas para revestirse de la justicia y la caridad de Cristo.
   
  Pero el mensaje no llegó a su destino… o Llegó con retraso.  Porque los magnavoces, los sacerdotes, estaban en su mayoría desconectados.  Muchos de ellos, ignoraron la Rerum Novarum y algunos la conocieron, por referencia cuarenta años después, cuando PIO XI intentó sacudir en vano las conciencias de los plutócratas con su “Cuadragesimo Anno”, y aún hubo en el Clero quienes, habiendo conocido la Encíclica, optaron por la complicidad del silencio, porque juzgaron “inoportuno y peligroso” para México el llamado del Pontífice que hablaba por el Espíritu Santo.
     
Entre tanto, los capitalistas, que lo eran los hacendados en el México anterior a la Revolución, llevaban adelante su explotación a gran escala, que nadie pudiera coartarles sus libertades consagradas por el liberalismo.  Salario hasta de $0.14 por jornadas de sol a sol, tiendas de raya, servidumbre esclavizante: El peón pertenecía a su amo con lo poco que poseía: vida, músculo, mujer, hijas e hijos. Y no es por desgracia un mero cuento el “derecho de la primera noche” que algunos amos se arrogaban sobre las doncellas el día de sus desposorios.
   
  Era la iniquidad al margen de todo derecho: LA INJUSTICIA CLAMABA AL CIELO. 
   
   Y éstos capitalistas eran muy “católicos”.  Todos los domingos, con extraordinario celo, llevaban a la hacienda al sacerdote para que confesara a los ladrones de frutos y para que exhortara a los “grandes pillos” a la sumisión y la obediencia que debían a sus amos.  No le permitían, en cambio, comunicarse con los peones sino en el Confesionario. Los jacales infectos sólo recibían la visita del Sacerdote cuando algún moribundo solicitaba su pasaporte a la Eternidad.

    Muchos sacerdotes olvidaron su deber como Padres de los Pobres y se doblegaron lastimosamente a la exigencia de los hacendados. Y cuando alguno impuso los fueros de su dignidad sacerdotal sobre la consigna del poderoso – que los hubo, santamente indoblegables- y predicaba a los campesinos la doctrina social de León XIII, se encontraba en la sacristía con el colérico patrón que le gritaba: “O deja de predicar sus tarugadas, Padre,  o no vuelve a poner los pies en mi hacienda”. 
   
  Desgracia para México y para la Iglesia que no se multiplicaran entonces varones eminentes y apostólicos como los Obispos José Mora y del Río, promotor de la lucha social entre los católicos en México. Enrique Sánchez Paredes y Manuel Fulchieri, José María Troncoso, Superior de los Padres Josefinos en la Provincia de México, Alfredo Méndez Medina, Carlos María Heredia, Lucio Villanueva, Arnulfo Castro, de la Compañía de Jesús. Rafael Dávila, José Toral, Darío Miranda, Sacerdotes del Clero Secular. Licenciados Salvador Moreno Arriaga, Eduardo Correa, Leopoldo Villela y Pedro Lascuráin. José Refugio Galindo, Roberto Huchison, Francisco del Valle Ballina, Francisco Mijares, Manuel de la Peza y Gregorio Aguilar.

     A ellos se deben los primeros valiosos esfuerzos realizados en plena dictadura porfirista para dar cuerpo y vigencia a la doctrina pontificia sobre los derechos de los trabajadores. 

     Si don Porfirio Díaz y su gobierno liberal – masónico, lejos de combatir las ideas postuladas por los católicos, les hubiera dado fuerza de ley, México se hubiera ahorrado todos los dolores que le causaron las subsiguientes revoluciones.

     Los Congresos Católicos, las Semanas Sociales, los Congresos Agrícolas, reunidos entre 1903 y 1909 en Puebla, Morelia, Guadalajara, Oaxaca, Tulancingo, León, Zamora, Zapopan y Ciudad de México, lograron maravillosas conclusiones que lamentablemente, nunca tuvieron eco ni en el gobierno, ni en los capitalistas.

     La unión obrera Operarios Guadalupanos, fundada por José Refugio Galindo, en 1905, organizó varias “Semanas Agrícolas” para el estudio de los problemas de los peones de cada región.  Las conclusiones de las mismas, fueron presentadas ante las Cámaras. Pero los diputados liberales ni siquiera las discutieron.

     En 1908, bajo la dirección del R.P. Don José María Troncoso, se constituyó la Unión Católica Obrera para el estudio y solución de la cuestión social en México, particularmente de la clase obrera.  Cuán intensa haya sido la actividad desplegada por sus dirigentes, lo revela el hecho de que en Enero de 1913, tenían perfectamente organizada y en marcha la Confederación Católica Obrera con 14,539 obreros afiliados. El primer intento de sindicalización obrera en México, se debe pues, a los católicos.
     
LA REVOLUCIÓN POPULAR

  Estalla la inconformidad popular en 1910, cuando don Porfirio mata toda esperanza al reelegirse por octavo cuatrienio presidencial. El pueblo humilde prefiere jugarse la vida a seguir arrastrando su miseria bajo el látigo de caciques y capataces.
    
  Porque no fue Madero, un pobre atolondrado e insincero, ni fueron los “revolucionarios” de entonces, ni menos aún los de ahora, quienes hicieron la Revolución. 
   
  La novela revolucionaria se precipita a medida que el Pueblo de México lee y conoce su verdadera historia.


Juan Ignacio Padilla. “La Revolución Méxicana”.  1948.

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