viernes, 7 de septiembre de 2012

La diversidad es riqueza



(La globalización destruye identidades arraigadas y crea otras)
Alain de Benoist
La globalización unifica el mundo pero no a cualquiera. Ella unifica mediante la distribución de todo lo que se vende y compra y también mediante el intercambio de bienes o del desarrollo del mercado financiero. Procede así a partir de aquella tendencia presente en el capitalismo liberal que no conoce más frontera que la del dinero y que no reconoce otra ley que el crecimiento continuo del máximo beneficio.

En vista de la nivelación que la globalización produce a nivel mundial, es tentador esgrimir las identidades culturales, populares y colectivas como argumentos para dominar este gigantesco movimiento de desenrraizamiento de culturas en favor de un único movimiento dominante. Es esta una postura totalmente lícita, condicionada a que se ponga en claro tanto la verdadera naturaleza de la globalización como la definición misma de identidad.

En primer lugar, debe comprenderse que la globalización, como la mayor parte de la irrupciones históricas, no es un fenómeno unidimensional. Es un verdadero desarrollo dialéctico. En la medida en que se enfrenta a poderes más grandes, provoca reacciones inversas que van en dirección contraria. Cuanto más se hace realidad la globalización, tanto más produce ella a su contrario. Se puede afirmar categóricamente que destruye por igual las identidades colectivas y las vuelve a construir. El problema es que ya no son las mismas identidades. La globalización destruye las identidades con raíces, los diferentes modos de vida, las estructuras orgánicas y las construye de nuevo pero solo en una forma puramente reactiva, interdependiente y forzada. La progresiva unificación del mundo va acompañada de una nueva demolición social, un nuevo desencadenamiento del fundamentalismo político y religioso. Ambos fenómenos no se contradicen en modo alguno. Son dos caras de la misma moneda.

La identidad es lo que nos diferencia de otros y al mismo tiempo lo que nos hace idénticos a algunos. Además, la identidad no viene dada siempre, todas las veces y a todos. No describe lo esencial sino un lento proceso de desarrollo del yo que siempre supone una relación con los otros. Identidad no es lo que nunca cambia sino lo que en el interior de esos cambios permanece inmutable.

Otra cuestión importante es que las identidades tradicionales de Occidente son esencialmente identidades "diferenciadoras". En otras palabras: todos nosotros hemos nacidos como franceses, italiano, alemanes, flamencos, etc., y en este sentido ya nos precede una parte de nuestra identidad. No obstante, en la medida en que el modo de vida de un país se asemeja al de otro, pierde la conciencia de sí mismo su natural evidencia. Nos gustaría tomar conciencia de las raíces pero estas no quedan determinadas más que cuando nos dejamos determinar por ellas. En otras palabras: las identidades de hoy no son seguramente una quimera pero sí son algo que nosotros elegimos sin estar a priori obligados por ellas. Las sociedades tradicionales eran sociedades dependientes, ante todo determinadas por su pasado, por su tradición. Las sociedades modernas se construyen de manera autónoma y es, ante todo, el futuro el conduce al progreso. En las sociedades posmodernas que han alcanzado ya una autonomía individual no hay otra limitación que el momento presente. Las tradiciones existen por eso, porque nosotros de vez en cuando queremos que existan. Las tradiciones dependen en verdad de nosotros como nosotros de ellas. Esto mismo sirve también para las identidades: solo tienen sentido cuando nosotros nos reconocemos en ellas o las reconocemos a ellas. Esto, que una vez fue algo ligado a la esencia de manera natural, hoy se ha perdido.

La globalización es en primer lugar algo que no es ni bueno ni malo: simplemente es. Ella es el espacio de nuestra actualidad histórica y la idea nacida de la utopía de que podemos dejar desaparecer el marco. Además la pregunta más importante es menos cómo luchar contra la globalización y más como hacer que el resultado de esta globalización no sea el desenrraizamiento de las culturas y el debilitamiento de la diversidad.

El principio de la diferencia es por definición un principio general. A la unificación del mundo se le contrapone una deformación etnocentrista, a saber, un autismo político o geopolítico de acuerdo con el lema "vivimos en nuestro bunker y no queremos saber nada del resto del mundo". De hecho se trata de dar a la globalización un nuevo contenido. Se trata de preocuparse por que no desemboque en un mundo planeado y normalizado de manera centralizada, sino por que éste surja a partir del principio de que la diversidad del mundo es su verdadera riqueza, y esto nos impone el deber de no dejar a nuestros hijos menos riqueza, menos diversidad étnica de la que nosotros hemos heredado.


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