Antropólogo. Guillermo Marín.
La arqueología en México nació en las ruinas de una civilización invadida y destruida, razón por la cual ha sido, y es hasta ahora, una “ciencia del colonizador” que ha servido ideológicamente para la clase dominante y recientemente para la clase empresarial, al tratar grotescamente de atraer turismo transformado las zonas arqueológicas en “Disneylandias prehispánicas.
La arqueología nunca ha servido para alentar, fortalecer e inspirar la Identidad Cultural y la auto estima del pueblo anahuaca. Toda vez que el pasado “Prehispánico” ha tenido poca valía e importancia en la Historia oficial de México, especialmente en el proyecto criollo de país, la “historia” comienza con la Independencia. Los pueblos, culturas y civilización ancestral del Anáhuac han sido excluidas en la construcción de “la nación de los criollos”. La arqueología se mueve en una elite académica y bajo un cápelo protector inexpugnable para cualquier mortal.
Los arqueólogos nos presentan la imagen de que no existe conexión posible entre el pasado y el presente. Para ellos, la civilización motivo de su “riguroso estudio” se encuentra totalmente extinguida y ni remotamente puede aportar para la construcción de nuestro futuro. Hacen pueriles y ridículas hipótesis de los motivos esenciales del desarrollo de nuestros Viejos Abuelos. Sus especulaciones se basan en los juicios de valor de sus “maestros y mentores extranjeros”, quienes juzgan a los Viejos Abuelos bajo la medida Occidental, en donde la economía, la política, la guerra y el comercio, -según ellos-, son los elementos fundamentales para “conocer y entender” la civilización del Anáhuac. Con cuatro tepalcates pretenden interpretar una civilización que fundamentó su desarrollo en la trascendencia espiritual de la existencia.
Los arqueólogos siempre nos han estudiado por nuestras diferencias y no por nuestras semejanzas, además de analizarnos como un archipiélago cultural lleno de islas culturales que nada tienen que ver unas con otras. Cuando en verdad somos un inmenso continente cultural, no solo en México, sino desde los pueblos originarios de Alaska hasta los de la Tierra del Fuego. Todos somos una sola civilización. Y lo que nos unifica a los mestizos y a los pueblos originarios del continente, no es la “supuesta latinidad” que se inventó Napoleón Tercero para recuperar las colonias “iberoamericanas” que había perdido España a principios del Siglo XIX, o la supuesta “hispanidad” con todas sus lacras coloniales y religiosas. La unidad cultural continental de los pueblos originarios tiene que ver con una forma de ver y entender el mundo y la vida que surgió autónomamente hace ocho milenios y que sigue viva y vigente en lo profundo de nuestros adormecidos corazones.
Somos una sola civilización por más pueblos y culturas diferentes que han vivido y viven en todo éste inmenso continente y a lo largo de miles de años. Solo que desde 1492 nos han negado y nos han tratado de extinguir y desaparecer. Primero al llamarnos “indios” (porque pensaban llegar a la India) y ahora indígenas (que quita –coloquialmente- el carácter de ser humano) o latinoamericanos tercermundistas. Y la arqueología y la historia colonizadora han ocupado un lugar muy relevante en este holocausto cultural.
Los pueblos y culturas ancestrales del Anáhuac han sido propiedad de los “investigadores extranjeros”. Desde Eric Thompson con los mayas e Hiram Bingham con los Incas. El pueblo maya y el pueblo quechua no han podido decir y saber nada de ellos mismos y de su ancestral historia. Todos los pueblos y culturas originarios tienen cada uno sus propios “interlocutores”, sus especialistas, los expertos que saben qué han hecho, qué piensan y qué sienten, porque por la colonización “los indios no piensan”, ni son capaces de valerse por sí mismos. La investigación es solo un exclusivo campo para los extranjeros y los criollos, y uno que otro mestizo colado.
De esta manera nos han dicho, por ejemplo, que Monte Alban fue obra exclusiva de los zapotecos y solo de los zapotecos. Y lo dice así, el especialista extranjero de los zapotecos de Monte Alban. Pero para una mente descolonizada es más que obvio que Daany Beédxe, -el cerro del jaguar en lengua zapoteca-, fue una obra monumental de todos los pueblos que viven en la región que hoy conocemos como oaxaqueña. Que los huaves, triques, amuzgos, chontales, chatinos y demás pueblos que han vivido por milenios enteros en estas tierras, con su espíritu comunitario y bajo la sabiduría de la Toltecáyotl participaron ardua y fraternalmente en la construcción de la montaña sagrada a lo largo de más de trece siglos.
De la misma manera ahora “descubren” que en Teotihuacan existía “un barrio zapoteco”. No quieren ver que somos una civilización que milenariamente ha estado en contacto e intercambio, no solo en el Anáhuac, sino con todo el continente, desde Alaska hasta la Tierra del Fuego y que somos una sola civilización por más y diversos pueblos y culturas que en el tiempo y el espacio habitamos el continente. Y que muy probablemente cuando la península europea estaba poblada de salvajes guerreros, nuestros Viejos Abuelos tenían un alto contacto cultural con los pueblos de China e India.
La arqueología colonizadora es la dueña y señora del pasado “prehispánico” y está a las órdenes de sus mentores extranjeros y sus ricas universidades. Pero eso es, -“por ahora”-. Su trabajo en general es estéril e inocuo, dirigido solo a las cúpulas de sapiencia académica subordinadas al sistema. Y recientemente al servicio de la Secretaría de Turismo y los prestadores de servicios turísticos.
Los masehuales, los desheredados, los sin rostro. Los pueblos originarios, los campesinos, los suburbanos, los mestizos desculturizados, “los indios desindianizados” como decía el Dr. Bonfil Batalla, ahora lo que tenemos que hacer es LA ARQUEOLOGÍA DEL ESÍRITU.
En efecto, tenemos que explorar y desenterrar lo más valioso, lo más esencial, de lo “propio-nuestro”. Del fondo de nuestros corazones, de los más antiguo de nuestras tradiciones, de lo más genuino de nuestros usos y costumbres. Debemos de recurrir a la palabra antigua que vive en el corazón del pueblo. Recordar los valores de los tatas y de los huehues. Porque esta muy cerca el día que el mundo volverá a estar en pie y dejará de estar de cabeza. En el que la luz será luz y la oscuridad será oscuridad. En el que todo de nuevo tendrá su justa medida.
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