lunes, 31 de octubre de 2011

Cuando las mujeres se sienten creyentes y feministas

Mujeres Dirigentes en el MNS. Años 60s



Dolores Aleixandre y Magdalena Fontanals
Grupo de reflexión de mujeres de la HOAC de Barcelona
Adital











I. Algunos temas en torno al feminismo




II. Las claves liberadoras de la Biblia




III. Teología feminista, teología desde la mujer





El grupo de reflexión de mujeres de la HOAC estaba compuesto por: Asun Aloy, Àngels Cantos, Manoli Delgado, Pilar Espuña, Lola Fumanal, Isabel García, Laura García, Llum Mascaray, Marga Pugès, Mercedes Sánchez. Magdalena Fotanals, rscj., es la coordinadora de los actos públicos de Cristianisme i Justícia. Dolores Aleixandre, rscj., es profesora de Sagrada Escritura en la Facultad de Teología de la Universidad de Comillas.












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Un grupo de mujeres de barrios de Barcelona pertenecientes a la HOAC estuvieron durante un tiempo trabajando en seminario interno sobre fe y feminismo. A partir de sus reflexiones coorganizamos un simposio, del que ellas fueron ponentes y en el que participamos varios miembros del equipo Cristianisme i Justícia y otras personas interesadas en el tema. La jornada de trabajo estuvo movida por las tensiones de un debate nada fácil y no cerrado ni en nuestra Sociedad, ni en nuestra Iglesia.


Por el interés del tema decidimos publicar este Cuaderno en el que se recogen, como indico en seguida, las aportaciones más importantes de aquel Seminario y del Simposio subsiguiente. La inquietud que movió a las organizadoras del Seminario interno era ser creyentes y feministas. De ahí el título que damos a este Cuaderno donde se definen muy acertadamente sus preocupaciones: Cuando las mujeres se sienten creyentes y feministas. Su contenido se divide en tres partes.


La primera y tercera recogen de manera muy resumida parte de las aportaciones de aquellas ponencias, integrando en ellas las sugerencias y matizaciones de los asistentes. Magdalena Fontanals ha hecho el gran esfuerzo de sintetizar una buena cantidad de materiales, no siempre homogéneos (ni mucho menos unívocos), en un redactado claro y pedagógico. La segunda parte (en las ponencias del simposio) se titulaba: Las mujeres releen la Biblia. Entre los asistentes estaba presente Dolores Aleixandre quien para aquel momento aportó su sensibilidad de mujer dedicada a la teología bíblica. Por ello cuando publicó en Razón y Fe algunas de sus aportaciones le pedimos que nos prestara aquel artículo para sumarlo a este Cuaderno.


Las preguntas abiertas, que como cuestionario de trabajo se insertan en este Cuaderno, están formuladas por el equipo de la HOAC. El actual redactado de todo el Cuaderno ha sido revisado por ellas; aunque no responde completamente a sus ponencias, al intentar recoger también parte de las diversas aportaciones de los reunidos.


Ignasi Salvat i Ferrer, sj.


Presidente de Cristianisme i Justícia (Fundació L. Espinal)






I. ALGUNOS TEMAS EN TORNO AL FEMINISMO






(El primer y tercer capítulos resumen las ponencias que tuvo el Grupo de la HOAC en el simposio de que se habla en la presentación, a la vez que algunas de las intervenciones de los presentes.)






1. CONSTANTE HISTORICA SOBRE LA QUE SE ASIENTA LA OPRESIÓN DE LA MUJER: EL PATRIARCADO






Sistema patriarcal es aquel que otorga al hombre el privilegio y el papel de dominador en la sociedad. El patriarcado hunde sus raíces en las etapas más tempranas de la historia de la humanidad, se normaliza desde antiguo atravesando épocas, culturas y clases sociales, y en todas ellas incrusta sus contenidos de dominación masculina y es aceptado como natural y normalizante por varones y mujeres.






Se quiere justificar la diferenciación de poder, educación y trabajo entre hombres y mujeres, por criterios de orden biológico. En realidad esta diferenciación corresponde mayoritariamente a intereses sociales, culturales y económicos. Actualmente el patriarcado se manifiesta en cuatro niveles: familiar, económico, laboral y social.






1. En la familia las relaciones se basan en la jerarquía. La mujer está supeditada al varón, y los hijos a los padres.






Las funciones que se le asignan a la mujer son: la maternidad, el cuidado y educación de los hijos, la atención al marido, el trabajo doméstico y la creación de unas condiciones que favorezcan el equilibrio afectivo en la familia y la transmisión de la ideología del sistema.


Aunque es cierto que, con su progresiva incorporación al trabajo fuera de casa, esta situación ha evolucionado en parte, la atención a la familia sigue siendo con frecuencia responsabilidad exclusiva de las mujeres, lo que comporta para muchas de ellas una doble jornada laboral.


2. En el plano económico-laboral se han dado cambios importantes en la forma de producción, que incorporan las relaciones patriarcales a la nueva manera de organizar la sociedad. La aparición de la industria rompe la unidad familiar como núcleo de producción en los gremios. La familia pierde su proyección social y aparece la separación entre: a) vida pública (cultura, política, producción) que se le asigna al varón y tiene carácter participativo; b) vida privada (relaciones familiares, maternidad, atención a la mano de obra) que se le asigna a la mujer, esposa, madre, ama de casa, y tiene carácter íntimo.


3. En el mundo del trabajo, un trabajo tantas veces alienado y opresor, se da:


a) la división entre trabajos exclusivamente masculinos y exclusivamente femeninos, basada en un falso paternalismo o en roles-estereotipos. La actividad de la mujer se centra en trabajos que se relacionan con su papel en la familia: enfermeras, secretarias, maestras...


b) la dificultad en acceder al trabajo asalariado al mantener aún la dependencia familiar: por esta presión la mujer abandona el trabajo más fácilmente que el varón y su trabajo se considera como un suplemento del trabajo del marido. El paro de la mujer se esconde con más facilidad, y hay quien piensa hoy que las mujeres no tienen derecho al puesto de trabajo en una situación de crisis.


c) la desaparición de sectores ocupados fundamentalmente por las mujeres, como el textil y el del calzado. Esto les obliga a dedicarse al servicio doméstico o a la economía sumergida, con sueldos de miseria y sin horarios ni derechos laborales.


d) la doble jornada que resulta para la mujer que realiza un trabajo fuera de casa y tiene que hacerse cargo, además, de las tareas familiares.


4. En la sociedad el sistema sustenta la situación de subordinación y de opresión de la mujer, que aparece como algo natural. Se da una exaltación de los llamados valores masculinos – agresividad, competitividad, violencia– y a la vez se minusvaloran los femeninos –paciencia, amor, abnegación, pasividad– considerados casi como exclusivos de la mujer. En las relaciones conyugales se da una subordinación injusta a la sexualidad del marido que impone sus exigencias y ritmos.


Los medios de comunicación son vehículos de esta ideología. Subliman ciertos pseudovalores masculinos, sobretodo violencia y agresividad. En muchos de ellos, además, se da un lenguaje machista, que configura inconscientemente la mentalidad del telespectador, del lector o del oyente. Son un ejemplo: el locutor de radio que introduce una canción hablando de una "juventud que lo quiere todo: bocatas, bebidas, dinero y mujeres"; anuncios de la televisión y tantos otros que se podrían citar. La escuela, en general, es un medio que transmite valores que no cuestionan el sistema patriarcal. La ley, finalmente, acentúa las discriminaciones entre varones y mujeres. Se ha progresado algo en el ámbito legal y la Constitución reconoce la igualdad de sexos. Pero el reconocimiento de esta igualdad legal no significa que exista, de hecho, la igualdad real.


La Iglesia no se ha liberado tampoco, a lo largo de los siglos, de esta mentalidad androcéntrica. Si bien reconoce la igualdad esencial entre varones y mujeres, deja a éstas, en la práctica, en una clara situación de subordinación y de inferioridad. El funcionamiento de las estructuras eclesiásticas evidencia el arraigo que en ellas ha tenido el sistema patriarcal. En este tema, una lectura sesgada de la tradición y del magisterio impone su autoridad sobre la Escritura y los signos de los tiempos.






2. ORIGEN DEL FEMINISMO ACTUAL






Estrictamente no puede hablarse de un inicio del feminismo o de la reacción de las mujeres frente a la situación de injusticia que sufren, por el hecho de serlo. Siempre ha habido mujeres que se han rebelado frente a la opresión a que han sido sometidas. Pero para recoger estas voces, han sido necesarias unas condiciones socio–políticas adecuadas.






En el ambiente de los socialistas utópicos, a finales del XVIII y principios del XIX, y durante la revolución industrial, se gesta una tradición que cuestionará la injusticia del sistema capitalista y revitalizará la idea de la igualdad entre las personas. Se pone de relieve que, a la opresión de clase, se añade una opresión específica de las mujeres por el hecho de serlo. Durante el siglo XIX se desarrolla un movimiento feminista activo, que incide con mayor o menor fuerza según países. Se dan a la vez las reivindicaciones de las mujeres trabajadoras que piden la igualdad de salario, leyes que limiten la sobre-explotación, guarderías infantiles, etc., y las de las mujeres del liberalismo burgués, que quieren tener los mismos derechos que sus maridos.






Unas y otras se unen para reclamar derechos políticos como los de asociación, sufragio universal, leyes igualitarias en el matrimonio, acceso a profesiones, etc. El socialismo marxista hace ya una denuncia comprometida de las diferencias entre los sexos y reivindica para la mujer la igualdad en el trabajo.


Ya en el siglo XX, nos interesa sobre todo el feminismo moderno, que aparece a finales de la década de los sesenta. Este movimiento se caracteriza por una comprensión más global de la opresión de la mujer y un nivel de conciencia más elevado y lúcido, una vez superada la aspiración a la igualdad jurídica. Se pone de manifiesto la exigencia de una igualdad, basada en una mejor comprensión de las causas de la opresión. Hay una necesidad de comunicar, aclarar y profundizar teorías, luchas y esperanzas.






A partir del mayo de 1968, año de la revolución estudiantil centroeuropea, surge con mucha fuerza un grupo de mujeres que envía escritos, se reúne y realiza experiencias para buscar un lugar en la sociedad y en la historia. Estas mujeres son conscientes de la contradicción que existe, en los países ricos, entre la igualdad de oportunidades y la igualdad de derechos. En el Estado Español el movimiento feminista ha tenido un escaso desarrollo hasta ahora. La República reconoció importantes derechos políticos y civiles a las mujeres, pero durante los años del franquismo se vuelven a imponer los rasgos patriarcales más tradicionales y se descalifica y se ridiculiza el feminismo. Cuando el franquismo empieza a tambalearse, surge un nuevo impulso en la lucha social. Pero hasta 1975 no se empieza a hablar de movimiento feminista. Esto tiene lugar en Madrid, en la celebración de las primeras Jornadas por la Liberación de la Mujer, en las que participan grupos que se han ido formando durante los años setenta y que constituyen el embrión del movimiento feminista que conocemos hoy.






En las Jornadas de Madrid y Barcelona de 1977 se afianzan estos planteamientos.






Durante los últimos años han ido creándose organizaciones en distintos lugares. El movimiento feminista del Estado es mayoritariamente militante y radical. Da una idea de ello la variedad de los temas que se abordan en las diferentes Jornadas: trabajo asalariado, economía sumergida, aborto, política educativa, legislación, antimilitarismo, agresiones y violaciones. Agresiones y violaciones fueron enérgicamente condenadas en las últimas jornadas.






También aparecen otros enfoques, como el considerar que las mujeres se han de agrupar en un partido único, ya que constituyen una clase social oprimida que ha de enfrentarse a la clase social explotadora: la de los varones. No se cree en la militancia de la mujer en los partidos que existen.






Desde el Estado, se intenta dar una respuesta a esta presión social por medio del Instituto de la Mujer, que depende del Ministerio de Cultura y está dotado de abundantes medios económicos.






3. LA LUCHA FEMINISTA HOY






Esta lucha, hablando principalmente desde el contexto de Cataluña, ha comportado a la vez una praxis o acción concreta y una experiencia colectiva de liberación.






Una acción concreta






Dentro del movimiento feminista existe una gran variedad de comisiones de trabajo, de grupos de mujeres, cuya finalidad es luchar contra las agresiones y opresiones que padecen en la sociedad patriarcal que les ha tocado vivir. Por sus objetivos, pueden agruparse en colectivos de tres clases:


a) Vocalías de mujeres en los barrios y en las zonas rurales. Son de composición muy diversa: estudiantes, profesionales, trabajadoras, jóvenes, amas de casa... Su objetivo es llegar a todas las mujeres del barrio o de la zona, solidarizándose con ellas en la lucha por su liberación o sensibilizándolas para crear un cambio de actitudes que les permita incorporarse a esta lucha... Se hace de maneras diferentes: desde potenciar el que aprendan a leer y a escribir, hasta informar y concienciar para que, en la familia y en la sociedad, actúen con independencia y autonomía.


También luchan en la calle por medio de campañas para dar a conocer unos hechos, denunciar otros, conseguir cambios en las leyes, pedir servicios –guarderías, centros de planificación, hogares para mujeres maltratadas– que hagan más llevadera la vida de muchas mujeres. Finalmente, en los sindicatos, las secretarías de la mujer actúan para que sean abolidas las discriminaciones que se dan en el trabajo por razón del sexo. Sucede que las mujeres con bajos índices de cualificación quedan fuera de la legalidad al desplazarse a sectores de sub-empleo y trabajo clandestino y, al carecer de organización, se ven privadas de voz para defender sus derechos.


b) Mujeres anti–militaristas. Este grupo intenta influir en la desmilitarización de la sociedad. Como colectivo, las mujeres han comenzado a reaccionar contra la propuesta de "paz" de los sistemas que oprimen, que pretenden "defendernos" a costa de destruirnos, que aumentan los presupuestos militares a costa de los sociales. ¿Cuántos puestos de trabajo, hogares para mujeres maltratadas, centros de planificación, escuelas para mujeres adultas, podrían crearse con los recursos que se destinan a la guerra?


Por este motivo, se han realizado acciones contra la posible instalación de una escuela militar femenina, contra el servicio militar y para defender el derecho a la objeción de conciencia.


También existen grupos de solidaridad internacional con Sudáfrica, Sahara, Palestina y Nicaragua.


c) Mujeres que trabajan en el colectivo Mujer y Prisión, para mantener relación con las presas, informarlas de sus derechos como mujeres y concretamente en la situación en que se encuentran. Este grupo surgió a raíz de la detención de cuatro mujeres que se manifestaban en una concentración de carácter reivindicativo. Su paso por la cárcel de Wad Ras y las encuestas realizadas a presas, han dado a conocer las condiciones tan deficientes en que éstas viven. Hablar de reinserción social en este momento, es casi una utopía.


Esta variedad organizativa da una idea de las reivindicaciones feministas muy diferente de la que transmiten los medios de comunicación, que muestran casi exclusivamente manifestaciones de mujeres pidiendo el divorcio o el aborto. Conscientemente no hemos citado ciertas reivindicaciones del feminismo, porque son las que se han extrapolado. Es cierto que la asunción de las instancias feministas no puede hacerse sino crítica y selectivamente. Pero también lo es que esta manipulación de los mass media oculta a la opinión pública las auténticas reivindicaciones: el derecho a la igualdad frente a la ley en la familia, en el trabajo, en la participación social y política; el reconocimiento de la capacidad de la mujer en todos los niveles; el fin de la utilización de la doble moral, que se manifiesta en tantos comportamientos de la vida diaria, y que lleva a muchas mujeres a situaciones-límite de opresión y de no–reconocimiento de su dignidad como personas.


Una experiencia colectiva de liberación






La presencia, como cristianas, de mujeres creyentes, en los colectivos antes citados, ha resultado una experiencia positiva. Sus compañeras de lucha han reconocido en esta presencia un elemento de rescate de la fe en Jesús, y del caudal liberador del Evangelio. Se ha experimentado un crecimiento en fe, en dignidad y libertad. Las propias convicciones se afianzaban, trascendiendo el nivel más reivindicativo hacia otro más vital y personal. Desde la fe cristiana, se puede recibir una revalorización como mujeres, como personas, como hijas de Dios. Y se siente la necesidad de crear espacios de reflexión teológica y de lectura creyente de la experiencia de lucha feminista. Se produce el encuentro con otras mujeres de Iglesia. Entre ellas es común el constatar la necesidad de una teología feminista, teología que se constituye y afirma en una confrontación crítica con las instancias del feminismo moderno.


II. LAS CLAVES LIBERADORAS DE LA BIBLIA


(Este capítulo, escrito por Dolores Aleixandre, apareció anteriormente en la revista Razón y Fe, 224 (1991) 136-145.)


En el antiguo Egipto existía la costumbre de poner alimentos en las tumbas de los faraones para que no carecieran de ellos en la nueva forma de vida en la que entraban. A un arqueólogo se le ocurrió plantar algunos granos de trigo encontrado en el interior de una pirámide recientemente descubierta y el trigo germinó. La fuerza de aquella semilla había atravesado la muralla de los siglos y había vencido las leyes de la caducidad.


Los creyentes en Jesús nos atrevemos a afirmar que esa semilla que es su Evangelio sigue poseyendo un impulso capaz de vitalizar nuestra realidad de hoy.


Para hablar de "Biblia y liberación de la mujer" hay que volver la mirada a aquello que constituye su referencia fundamental: cuál fue el comportamiento de Jesús hacia las mujeres y qué se deriva de esas actitudes suyas para nuestro hoy. Como reconocer cada uno de esos encuentros desborda las posibilidades de este trabajo, vamos a acercarnos solamente a seis figuras femeninas, cinco del Nuevo Testamento y una del Antiguo:


— María de Nazaret


— La mujer encorvada a la que Jesús enderezó


— María de Betania


— La samaritana


— María Magdalena


— Sara de Ur, la mujer de Abraham.


Las tomas de posición de Jesús y su modo de relacionarse con ellas, tuvieron entonces y siguen teniendo ahora un poder de transformación que aún no hemos acabado de descubrir. Vamos a observar de cerca a seis mujeres que se vieron envueltas en la ráfaga de libertad y de vida de la presencia de Jesús y a tratar de encontrar, a través de las claves simbólicas que encierra cada relato, el germen de novedad transformadora que guarda para nosotros.


1. MARÍA DE NAZARET


Al referirnos en primer lugar a María, la Madre de Jesús, vamos a fijarnos únicamente en un aspecto de la acción liberadora de Jesús sobre ella y del que raramente se habla: el de la liberación de los mitos, de los grandes símbolos y de las sublimes palabras. Sería muy largo explicar aquí la manipulación tan frecuente del tema femineidad/maternidad y cómo se utiliza para confinar a las mujeres bajo apariencias de exaltación.


Cuando una mujer de entre la gente dijo a Jesús: "¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!", Jesús corrigió: "Mejor: ¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!" (Lc 11, 27-28). Bendita corrección que saca a María y con ella a todas las mujeres del ámbito de la naturaleza y de la "función" para pasarla al de la persona, es decir, a su verdadera dignidad que no le viene a la mujer por su capacidad de engendrar y parir, sino por la de su responsabilidad para dar una respuesta libre.


La palabra que, según el Evangelio, se dirigió a María, pasó por su escucha, no le fue impuesta (Lc 1, 26-38). Dejó espacio a su reflexión y a su opción libre y la actitud de "activa receptividad" con que María la acoge es calificada por Lucas con el verbo dialogizeto, término del que se derivan las palabras "diálogo" y "dialéctica". María se convierte en la Madre de Jesús mediante un consentimiento libre y deliberado y ahí estará su verdadera grandeza. Luego a María nos la han arrebatado hacia una región etérea y distante, poblada de mayúsculas, de superlativos y de cabezas de angelitos incorpóreos, como esos que rodean las peanas de las estatuas.


Y por lo que se refiere a las mujeres en general, se ha producido con frecuencia un fenómeno similar: consiste en hablar de la mujer con mayúsculas de exaltación y en un tono de lirismo poético, que no es más que la otra cara de los estereotipos que la confinan en los ámbitos que resultan más cómodos para los varones. Porque esas admiraciones vacías encierran la trampa de convertir las diferencias en desigualdades y alejan del único modo de relación que es verdaderamente humano: el del respeto mutuo, la colaboración, el diálogo, el don y la acogida. Y del auténticamente cristiano que no es un "modelo de escalafón", sino un proyecto fraterno de hermanos y hermanas, compañeros igualitarios en un recorrido de fe en el que nos ayudamos unos y otras a caminar.


Esta llamada a la liberación de mitos incluirá también otro mito peligroso: el del feminismo mesiánico. Estas son algunas de sus expresiones: "va a estallar la hora de la mujer" (nada lo garantiza con absoluta seguridad); "la Iglesia gobernada por mujeres dejaría de ser autoritaria" (pero podemos tener anticuerpos ocultos de autoritarismo); "hemos estado siempre oprimidas" (pero hemos favorecido muchas veces la prepotencia masculina con nuestro servilismo y sumisión cotidianos...). Si no reconocemos esto, corremos el riesgo de caer en aquellas mismas pseudo-seguridades y suficiencias que pretendemos evitar.


2. LA MUJER ENCORVADA






La segunda mujer del Evangelio que nos ofrece una clave simbólica de la liberación es aquella que curó Jesús un sábado en la sinagoga: "Había allí una mujer que desde hacía 18 años estaba enferma a causa de un espíritu y andaba encorvada, sin poderse enderezar del todo. Al verla Jesús la llamó y le dijo: "Mujer, quedas libre de tu enfermedad". Y le aplicó las manos. La mujer, en el acto, se puso derecha y glorificaba a Dios" (Lc 13, 10-17)






La espalda doblada de aquella mujer es la imagen de todas las cargas, de todas las opresiones, de todas las humillaciones y sometimientos que viven tantas mujeres en el mundo. Es el símbolo de la imposibilidad de mirar a los otros de frente, de dirigirse a ellos como a un igual, de entablar una relación de reciprocidad. <%-3>Por eso, el gesto de Jesús y sus palabras estallaron con una fuerza insólita de liberación y de restablecimiento de dignidad para aquella mujer y para tantas otras.<%0>


Obedecer a esa palabra y enderezarse es adoptar esa postura que es el símbolo de la dignidad humana frente a la de estar encorvado que expresa la humillación o el sometimiento y que puede ser también el símbolo de muchas situaciones que vive la mujer. Millones de mujeres en el mundo viven en situaciones desesperadas y en los países más pobres, donde la gente vive en la ignorancia y en la miseria y trabajan hasta la extenuación, ellas son las más pobres, las más ignorantes, las más agotadas por el trabajo. Son las mujeres las que producen aproximadamente la mitad de los recursos alimentarios del planeta, pero rarísimamente son poseedoras de tierras; representan un tercio de la mano de obra del mundo, pero se concentran en las escalas profesionales más bajas y están más expuestas al paro que los hombres. El gesto de Jesús de enderezar a aquella mujer sigue siendo una llamada a las mujeres a salir de las situaciones de subordinación, de pasividad y de irrelevancia, a romper el mito de la "condición específicamente femenina" que las confina en el ámbito de la naturaleza, del destino y de la culpa.


Ponerse de pie significa que las mujeres sean capaces de sacudir de sus hombros roles, funciones y repartos injustos y de arrojar lejos esas cargas que las mantienen encorvadas e incapaces de mirar de frente. Significa tener el valor de afirmarse y sostenerse unas a otras y a todos aquellos que están también en situaciones de abajamiento y de exclusión.






3. MARÍA DE BETANIA






El evangelio de Lucas nos habla de dos hermanas que acogieron a Jesús en su casa: Marta trajinaba y María, sentada a sus pies, escuchaba su palabra. Marta reprocha a Jesús que se lo permita y su escándalo nos revela algo más que su desazón por sentirse sola en el trabajo (Lc 10, 38-41).


El reproche va dirigido en primer lugar a Jesús y encierra veladamente la sorpresa al ver que el Maestro está actuando en contra de todas las costumbres establecidas. "No tomes asiento con las mujeres", aconsejaba con severidad el Eclesiástico (42, 12). María, por su parte, estaba contraviniendo también la tradición judía: la postura de discípula no era propia de las mujeres porque un rabí nunca las aceptaba en su séquito.<%-2> Pero Jesús toma partido por María y, una vez más, todos los muros que encerraban a la mujer detrás de las celosías de la exclusión, la inferioridad y el silencio, saltan por los aires.<%0>


La mujer puede escapar, como un pájaro, libre de las redes que la atrapan irremisiblemente en el quehacer doméstico. Y escapar también de todos los estereotipos y viejos modelos de relación entre hombres y mujeres como el de las famosas «características femeninas y masculinas» aprendidas desde la infancia. Esa expresión «por naturaleza son...» las define a ellas como imprevisibles, turbulentas, parlanchinas, ilógicas, débiles y las confina en el ámbito de la casa, y los describe a ellos como lúcidos, reflexivos, capaces de mando y de responsabilidad, dotados para la especulación, la invención, la aventura y la conquista.


La libertad de Jesús para ir más allá de todos esos roles nos invita a sospechar que, en eso que atribuimos a la naturaleza, algo no está claro, ni recto, ni exacto y que hay en ello mucho más de costumbre que de otra cosa. Nos lleva a caer en la cuenta de que nuestro modo concreto de ser mujeres y hombres está modelado por las influencias de la cultura, de la familia, de la sociedad.


Nos lleva a descubrir como algo radicalmente antievangélico el que en la Iglesia se repartan las tareas llamando "responsabilidad sobre las estructuras" a lo que hacen los hombres y "encargo de la infraestructura" a lo que hacen las mujeres. Y nos empuja a luchar para que, en una Iglesia en la que parece que sólo existe un modo de organizar, de pensar, de hablar, de decidir y de actuar (el modo que corresponde a la mitad masculina de la humanidad), se haga presente también otra perspectiva, otro modo de ser y de estar, de sentir e intuir, de articular pensamiento y de crear lenguaje.


Aprendemos de María de Betania a tener valor de apartarnos de algunas costumbres que se han hecho normativas en la sociedad y en la Iglesia aun a sabiendas de que, cuando queda contravenida una norma, viene la sorpresa, la defensa de "lo que siempre se ha hecho", la acusación de ir contra lo establecido.


Es importante tener una comprensión empática de la dificultad que tienen muchos hombres y más en la Iglesia, para aceptar los cuestionamientos, los cambios, los nuevos comportamientos, la ruptura de los modos de relación que les inculcaron desde pequeños. Todo eso hay que tenerlo en cuenta para actuar con paciencia y prudencia, pero sin renunciar por ello a una crítica tenaz y perseverante de todo aquello que falsea las relaciones y deforma las mentalidades. Porque no son las costumbres ni las tradiciones sino la verdad la que nos hace libres.






4. LA SAMARITANA






Cuando los discípulos vieron a Jesús hablando con una mujer, dice el Evangelio de Juan, se quedaron sorprendidos (Jn 4, 27). Seguramente no sólo porque el Maestro le estuviera dirigiendo la palabra, sino también porque ella participaba en la conversación, dialogaba, preguntaba y respondía. Esa conducta era impensable en la sociedad judía en la que la mujer carecía de palabra digna de crédito y estaba equiparada a los miembros más marginados de la época: paganos, ignorantes, niños y esclavos. Jesús rompe con esa situación y entabla un diálogo con todos, sin distinción de sexos.






Sin embargo, a lo largo de los siglos, se ha ido produciendo una apropiación de la palabra por parte de la mitad masculina de la Iglesia, mientras se decidía que lo propio de las mujeres era el silencio, la callada pasividad, el eco obediente de una palabra que siempre era pronunciada por otros.






Pero el recuerdo subversivo de Jesús vuelve a invitarnos de nuevo a reencontrar una reciprocidad dialogal en una Iglesia en la que nadie considere la palabra como una propiedad privada, sino como un pan que circula libremente en la reunión de los hermanos.






Por eso nadie puede dictar imperativamente desde fuera lo que conviene o no conviene a las mujeres, aunque seguramente fueran más tranquilos y más cómodos (para algunos, claro está) los tiempos del mandamiento/ejecución, de la voz/silencio, de la imposición/sumisión. Y hay que subrayar que no se trata de reivindicaciones ni de luchas por el poder: se trata sencillamente de escuchar esa Palabra que nos llama hacia una espiral de inclusión, hacia una comunidad verdadera que viva auténticamente su catolicidad de estar compuesta por mujeres y hombres que se han decidido a vivir una relación dialéctica de comunión y alteridad, de acogida y superación de diferencias.


Existen en la mujer posibilidades inéditas de expresividad, de plasticidad, de tender puentes y captar matices, de escuchar el lenguaje del cuerpo y de las emociones, de hacer asequibles los conceptos más áridos, de comunicar sin imponer, de emplear la persuasión en vez de los imperativos. No le es fácil a la palabra de la mujer abrirse camino. Históricamente nuestra tradición ha sido interpretada, articulada, celebrada por hombres y, por lo tanto, expresa lo masculino como lo realmente existente, lo dominante, lo normal. Por eso tantas veces se les oye decir a ellos al dar su opinión sobre el modo de pensar, de trabajar o de expresarse las mujeres: "qué raro", o "qué original", o "qué complicado", o "qué simplista" y esas apreciaciones reflejan una convicción no culpable, desde luego, sino introyectada desde siempre, de poseer el "patrón-tipo" de la realidad y lo que no coincide con ella, por exceso o por defecto, puede ser objeto del juicio equilibrado de quien posee la objetividad.


Ya sabemos que es difícil aceptar la irrupción de esta nueva palabra que ha permanecido durante tantos siglos como una Atlántida sumergida; pero estamos comenzando una etapa en la que la «tarea de suplencia» de expresar unos lo que sienten otras, ha dejado de tener justificación.


«Cuando yo era niña, hablaba como una niña; al hacerme mujer, dejé las cosas de niña», podría decir cada mujer como Pablo en 1 Cor 13, 10-11.






5. MARÍA MAGDALENA






En el evangelio de Juan, María Magdalena llora inclinada sobre el sepulcro (Jn 20, 11-18), está como encerrada en su deseo de recuperar un cadáver e incapacitada para reconocer a Jesús. Está «fuera» y en el «dentro» sólo hay una tumba. Incluso su nombre ha sido anulado ya que sus interlocutores la llaman «mujer». Parece que el espacio y el tiempo han desaparecido junto con las señales de identidad.


A esta actitud de muerte que engendra lágrimas e inmovilidad, sucede un diálogo en el que la mujer reencuentra su nombre, María, y el desconocido que le habla, un título: Maestro. El tiempo ya ha sido restablecido, ya que el pasado permite recordar al otro. Ya no está sepultada en el sepulcro, que en griego tiene la misma raíz de «recordar». El espacio es también recuperado: mientras antes una horizontalidad inmóvil se había apoderado de los seres, subrayada por la postura de los ángeles a la cabecera y a los pies, Jesús anuncia el dinamismo de la resurrección: «subo a mi Padre». Y el Señor del tiempo y del espacio envía a María hacia la comunidad y le encomienda una misión: «Ve a mis hermanos...». Abre delante de ella el futuro y las relaciones reencontradas. María Magdalena, a quien ha sido devuelto el nombre en plenitud, se pone en camino para realizar su misión de anunciar la buena noticia. Y al proclamar aquello que se le ha confiado, integra en su existencia el encuentro con el Resucitado: «he visto al Señor y me ha dicho esto».


Entramos así en el terreno de las responsabilidades de la mujer que no se reducen al ámbito de lo privado. Las cuestiones que les conciernen hoy a las mujeres se inscriben en un contexto mundial, en la lucha por el futuro y por la construcción de un mundo nuevo en el que la calidad humana de la comunidad es lo prioritario. María Magdalena las invita a abrir caminos nuevos. Porque mujeres y hombres tienen algo que hacer más allá de ellos mismos y necesitan poner en primer término los proyectos y las acciones en favor de un mundo más justo, si quieren sanear y liberar su relación.


Las perspectivas del movimiento feminista están cambiando. Se trata menos de ser iguales a los hombres que de saber lo que hay que cambiar en las estructuras políticas, económicas y sociales para permitir a mujeres y hombres participar, desde una situación de igualdad, en la edificación de un orden mundial. Y más fecundo que «hablar sobre la mujer» puede resultar el promover espacios de encuentro y conocimiento mutuo en los que se pueda reflexionar serenamente, tejer solidaridades, proyectar y emprender pequeñas acciones juntos. En este mundo disparatado en que vivimos y en el que estamos haciendo peligrar la misma tierra y la supervivencia humana sobre ella, es hora de que las mujeres hagan valer en el dominio público y en las relaciones internacionales eso que conocen y cultivan desde siempre en lo privado. Esas capacidades suyas de com-pasión, de cuidado y protección de la vida, tienen que hacerlas presentes hoy en los temas de la paz, de la distribución de recursos, de la ecología... El Consejo Ecuménico de las Iglesias nos propone los siguientes objetivos para el decenio 1988-1998:


a) La plena participación de las mujeres en la vida de la Iglesia y de la comunidad.


b) El compromiso de las mujeres por la justicia, la paz y la salvaguardia de la creación.


c) La participación de las mujeres en la teología y en la comunicación espiritual.


Pero a la hora de recorrer esos nuevos caminos que se abren hoy ante ellas (el de una mayor presencia en la sociedad y en la Iglesia, el de una teología y una espiritualidad en las que intervenga también su experiencia...), lo que importa no es lanzarse a toda prisa sino aprender a caminar de la mano de la Sabiduría, configuradas desde dentro por ella.


La Sabiduría aparece en la Biblia como una especie de doble de Dios por el que éste entra en contacto con sus criaturas y se describe con imágenes femeninas: es una presencia creadora y recreadora de la vida, compañera y guía del pueblo en su peregrinar por la historia. Algunos frutos de llevar a la Sabiduría como compañera serían:


— cultivar el modo relacional de conocer, valorando lo experiencial por encima de lo puramente conceptual;


— interesarse por todo lo humano, no alejarse de lo concreto;


— expresarse desde la accesibilidad y la sencillez;


— tener una firme voluntad inclusiva, tratándose como amigos desterrando la imagen del "enemigo";


— cultivar un talante de autocrítica que aleje de las suficiencias y rivalidades que se han visto cometer a otros;


— saber combinar la prudencia y la audacia, sin separar la esperanza de la astucia ni la radicalidad de la flexibilidad.


Porque un fruto de la Sabiduría es saber que vale más ganar terreno lentamente que agotarse en discutir temas teóricos o de competencia. Vale más el esfuerzo serio de una capacitación a largo plazo para hacer cada vez mejor lo que se hace y empujar las fronteras para llegar a hacer lo que todavía no se hace. Vale más discurrir estrategias de sensibilización cultural y de educación no sexista y pequeñas plataformas de encuentro e intercambio de experiencias.


Vale más estar despierto para unir fuerzas allí donde algo se está moviendo en favor de la mujer, que empeñarse en inventarlo todo de nuevo. Vale más saber esperar la hora, sin quemar las reservas y sin perder la frescura.






6. SARA DE UR






Y precisamente para esto hay que recordar a una última mujer, Sara de Ur, la mujer de Abraham, que en un viejo relato de la Biblia aparece como el primer ser humano que se rió. Y se rió nada menos que de las mismísimas palabras de los mismísimos ángeles, y el nombre de su hijo (Isaac en hebreo tiene relación con el verbo reír), recuerda para siempre el buen humor de su madre (Gen 21,6).


Las mujeres, y más dentro de la Iglesia, corren el peligro de dramatizar las situaciones que viven y de sentirse como «desterradas hijas de Eva». Y con eso no consiguen más que lamentaciones estériles que no conducen a ninguna parte. Tienen también el peligro de radicalizar sus posturas y convertirse en feministas avinagradas que alardean de poder pasarse del hombre, o en profesionales tensionadas que entran con agresividad en el terreno de la competitividad y de la concurrencia para conseguir el poder. O en mujeres culpabilizadas por no tener un trabajo remunerado, o por el amor materno, o por tener demasiada sensibilidad. La risa de Sara les recuerda algo muy importante que es el sentido del humor, un humor que no está reñido con la clarividencia para analizar situaciones insostenibles, ni con la lucha por conseguir un cambio.


El humor de las hijas de "Sara la risueña" es, como Isaac, hijo de la paciente espera de quien sabe ir más allá de toda decepción y de la sonrisa que es capaz de no quedarse en la simple ironía. Es él quien permite tener una mirada positiva para descubrir todo lo que existe de calidad de humanidad en las vidas de tantas mujeres: desde las amas de casa que arrastran el carrito de la compra y que llevan sobre sus espaldas el peso de la familia y de la educación de los hijos, hasta las que, desde el campo de la teología intentan crear un lenguaje nuevo que recuerde a todos que "Dios no tiene sólo hijos varones...".


O las mujeres que llevan trabajando desde los 9 o los 11 años y no han podido ir nunca a la escuela y que ahora, a sus 40 o más años, empiezan un nuevo aprendizaje, acuden a centros de cultura, descubren lo que es tener amigas, comunicarse, ser creativas y cuántas cosas pueden hacer con unas manos que hasta ese momento parecía que sólo estaban hechas para quitar suciedad y con una palabra que hasta ahora no escuchaba nadie. Desde las que deciden comprometerse en las esferas de lo público o las que dejan atrás el modelo de «mujer bonsai» y se atreven a querer ser «árbol de mostaza» y a tener fe en sí mismas, hasta los hombres de buena voluntad, que también los hay, y que intentan crear un nuevo tipo de relación con la mujer rompiendo viejos odres, viejas costumbres, viejos lenguajes.


Qué alegría da encontrar hombres que se han decidido a cultivar esas cualidades que por «venerable tradición» eran sólo femeninas, y se han puesto imaginativamente a la tarea de demostrar que la «especialización emocional» también está a su alcance...


Y esa mirada positiva y esperanzada, más allá de todas las decepciones e impaciencias, es posible mantenerla cuando se tiene la convicción de que el Evangelio tiene razón, y de que existe en él una levadura capaz de levantar esta masa tan mal amasada de las relaciones dominadoras de unos países, unas razas o un sexo sobre el otro. Y es eso lo que nos permite seguir luchando contra todo lo que mantiene encorvada a la mujer, a cualquier mujer, sin olvidar que el secreto de toda vida humana es guardar el corazón abierto y vulnerable. Es lo que nos permite seguir buscando incansablemente que nuestra Iglesia cambie su actitud hacia la mujer, pero apostando a la vez por pertenecer a esta Iglesia de hombres y mujeres que tenemos que mantener viva la memoria de Alguien que supo permanecer en el amor hasta el final. Y seguir confiando en que esa memoria sigue arrastrándonos, más allá de nosotros mismos, a vivir una libertad insólita.








III. TEOLOGÍA FEMINISTA, TEOLOGÍA DESDE LA MUJER






1. LA MUJER EN LA IGLESIA






Desde los escritos tardíos del N.T. y hasta hoy, se deja sentir en la Iglesia el peso de una elaboración teológica que no recoge la experiencia de fe de las mujeres que, aun formando parte de la comunidad, fueron excluidas muy tempranamente de la Palabra y del Magisterio. Las excepciones de alguna "Doctora de la Iglesia", como Santa Teresa, o de algunas figuras insólitas, como Juana de Arco o Catalina de Siena, no logran empañar la verdad de esta afirmación general.


La dimensión creyente de la mujer lleva aparejada una situación de subordinación, que no se da con este grado de imposición en el resto de las estructuras civiles o que, si se da, mantiene al menos el derecho y la posibilidad de protestar contra ella.


La imposibilidad de la igualdad, representada más claramente en el ministerio sacerdotal, atraviesa y justifica teológicamente la desigualdad en todas las demás instancias. Y eso, al mismo tiempo que se predica y proclama, también teológicamente, la igualdad y dignidad de la persona. Esta contradicción fundamental no puede ser comprendida ni justificada fácilmente.


Muchas mujeres hoy en la Iglesia no desean seguir callando, ni esperan que otros definan su experiencia de vida y de fe, sino que buscan definirse a sí mismas y expresar su experiencia y expectativas haciendo uso de su propia palabra.


El trabajo por la liberación de la mujer se presenta más arduo en el ámbito eclesial, por varias razones. En primer lugar, el escaso contacto de jerarquías y funcionarios de Iglesia con las realidades más atropelladas y escandalosas de la sociedad, es causa de que en su seno no se den en el mismo grado las transformaciones formales, legales, que recorren la sociedad civil.


Además, los marcos formales, la estructura del gobierno, el cuerpo y los agentes de la teología aparecen fuertemente cerrados en posiciones arcaicas. Finalmente el carácter sagrado asignado como "voluntad de Dios" a los varones, hace muy difícil el mero reconocimiento de la necesidad de conversión, pues son ellos quienes han de dar el visto bueno a los cambios.


<%-4> Junto a esta realidad, es esperanzador constatar voces testimoniales y proféticas reclamando una "metanoia", y haciendo ver lo injusto y absurdo de esta situación, que contradice de raíz las expectativas amorosas y liberadoras que emanan de tantos testimonios bíblicos y, sobre todo, del mismo Jesús. A pesar de la contradicción existente, un buen número de varones y mujeres al abrigo del Vaticano II, han hecho un intento de conquistar la mayoría de edad, y han realizado un esfuerzo de formación teológica y de compromiso real en la pastoral de la Iglesia. Bastantes sacerdotes y algunos obispos participan<%-3> activamente en la tarea de limar, acortar, eliminar las distancias y escisión entre clérigos y laicos, entre varones y mujeres, y promueven el proyecto de Iglesia-Pueblo de Dios, Iglesia-Comunidad, al que el Concilio impulsaba. Es éste un amplio espacio de urgente reforma, para que sea realmente una comunidad de hermanos y de hermanas, en vistas de su misión y para que su testimonio sea creíble.


El hecho de pasar a todos los niveles, de una teología y de una praxis de la exclusión a una teología y a una praxis de la inclusión, ya que la vocación bautismal es llamada a un "discipulado de iguales", abre a su vez a la comunidad cristiana a nuevas formas de comunicación, de solidaridad, de proximidad y de convivencia. El paso de una Iglesia patriarcal a una Iglesia de discipulado, además de ser una riqueza, le daría "un nuevo rostro" en el que todos los humanos serían aceptados como iguales, hijos e hijas de Dios.
















2. ¿TEOLOGÍA FEMINISTA O MUJERES EN LA TEOLOGÍA?


Este interrogante se ha formulado también de otra manera: El feminismo ¿es una realidad tan radicalmente diferente, que implica el nacimiento de una nueva teología en la Iglesia, o puede integrarse en el actual paradigma teológico?


Ya hemos apuntado cómo las mujeres creyentes, desde la lucha feminista, han sentido la necesidad de una reflexión teológica de su propia experiencia. La Teología desde la perspectiva de la mujer, no es ciertamente un discurso sobre la mujer, ni aunque sea un discurso reivindicativo. Tampoco se trata únicamente, de que haya mujeres en el ámbito de la reflexión teológica, como las hay ya en nuestra sociedad en el ámbito de la reflexión intelectual. La Teología desde la perspectiva de la mujer –se le dé o no se le dé el nombre de Teología Feminista– es una relectura del mensaje cristiano hecha desde la óptica, la situación y la sensibilidad de la mujer. Como también la Teología de la Liberación no se limita a un discurso reivindicativo sobre los pobres, sino que reclama "hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente".


3. LA INTELIGENCIA DE LA FE, DESDE LA PERSPECTIVA DE LA MUJER


Desde hace unos veinte años hay mujeres que intentan, en la Iglesia, formular sus experiencias de fe como personas autónomas, expresarlas en un lenguaje que no haya sido pre-establecido por los varones, encontrar imágenes y símbolos que les sean propios y no prestados por otros. Intentan liberarse de las normas unilateralmente masculinas, buscan posibilidades de vivir su ser-mujer y de compartir con otras mujeres y varones, como con compañeros iguales en derechos.


Estos intentos de llevar como mujeres una vida autónoma, no determinada por los demás –aunque todos estemos condicionados por todos– tanto en el terreno de la teología como en el de la Iglesia, se articulan en la teología feminista. La teología feminista por lo tanto:


— Es una teología hecha por mujeres, que nace de la comunión entre ellas y de la lectura común de su condición en la sociedad y en la Iglesia.


— Intenta recoger la experiencia de fe y de sentido que vive el "segundo sexo" y analiza esta reflexión teológica a partir de un contexto determinado.


— Presupone un empeño y una militancia en un movimiento de liberación y de emancipación de la mujer.


— Ha de comprenderse como una teología política, una teología de liberación que parte de una praxis, transformadora de relaciones distorsionadas de dependencia y de dominación de la mujer.


— Pone de relieve estructuras de poder y de injusticia, y manifiesta la oposición de éstas al mensaje de Jesús.


— Explora también los caminos de cambio concretos.


Es importante señalar que la pretensión principal y última de la teología feminista es la liberación de todos los hombres –mujeres y varones– de las estructuras injustas que los mantienen en una situación de menores de edad. No quiere, como algunos temen, liberar a los oprimidos para que sean ellos quienes puedan dominar, sino inspirar a oprimidos y opresores otro estilo de vida, libre de dominio y de violencia, que esté a favor de la vida, que sepa comprometerse con la palabra y con la acción de Jesús. No se presenta como un concepto teórico, no se empeña en llegar a ser un resumen feminista –dogmático–. Quiere renovar, cambiar, inspirar.


Finalmente, no hay una única teología feminista porque es el contexto de vida, la situación económica, política, cultural y religiosa de las mujeres, lo que se toma como punto de partida de la búsqueda de cambio y de una praxis liberadora en la línea de la Biblia.


4. DOS LINEAS QUE CONVERGEN


Existen diversas corrientes dentro de la teología feminista, según el contexto histórico en el que brota esta reflexión creyente. Será siempre una teología comprometida con las necesidades, los intereses y las expectativas de las mujeres oprimidas, que unen sus esfuerzos en la construcción de nuevas realidades sociales y eclesiales donde sea posible la solidaridad, la participación igualitaria y la vida para todos. Pero según sea la experiencia de la que se parte, se pondrá el acento en unos aspectos más que en otros.


Reflexión teológica de la mujer, desde el Primer Mundo


Esta reflexión ha sido hecha principalmente por las teólogas europeas y americanas del Norte. Llevan más de veinte años reflexionando, escribiendo, expresando su fe, abriéndose camino en el intrincado bosque de la cultura y de la teología androcéntricas. Hoy existen en sus facultades, cátedras de Teología Feminista.


a) Contenidos de esta reflexión teológica


Respecto a los contenidos de esta teología, las teólogas feministas existentes hasta el momento, han insistido en abordar los planos en que la teología enriquece el proceso de liberación de la mujer y gana a su vez en integridad:


— El plano de las ideas y conceptos. Cuando hablamos de Dios, hemos de acentuar los aspectos de relación y reciprocidad, de llamada a la plena realización de las personas, y por tanto de las mujeres como tales, excluyendo cualquier opresión de tipo jerárquico-patriarcal. Esto como consecuencia de su Amor Creador, que libera y salva.


— El plano de las imágenes. La responsabilidad teológica exige hoy recuperar imágenes femeninas de Dios, como contrapartida a las masculinas que han modelado un Dios "a imagen de los emperadores romanos" (rey, juez, señor de los ejércitos), poseedor de "los atributos que pertenecían exclusivamente al César" (todopoderoso, fuerte, justo). En esta religión masculina, las mujeres nunca podrán llegar a ser sujetos activos. Hay que recobrar al Dios Origen, Fecundidad, Sentido, Fundamento. El Dios Padre y Madre que se nos revela en la Biblia.


— El plano del lenguaje. Quizá valga la pena llamar la atención sobre la más frecuente de esas injustas trampas androcéntricas del lenguaje en la que estamos fatalmente inmersos: en teoría tanto la palabra hombre (que es masculina) como la palabra persona (que es femenina) incluyen en su significado tanto a mujer como varones. Sin embargo, mientras la palabra persona sigue usándose en conformidad con ese significado (y todo varón puede decir con orgullo que él es una persona), el uso de la palabra hombre la va reservando cada vez más a solos los varones (haciéndonos respirar subliminalmente la idea de que las mujeres no pertenecen propiamente a la definición de lo humano). En este contexto algunas expresiones litúrgicas como la de "la sangre de Cristo que será derramada por vosotros y por todos los hombres" suena de hecho con un exclusivismo estremecedor. Ante esta situación lingüística hay quienes optan por decir siempre: "hombres y mujeres" (como si las mujeres fueran algo añadido o exterior a lo humano) y hay quienes tratan desesperadamente de desposeer a los varones de su pretendida exclusividad del ser hombre. El primer camino es más fácil pero es más arriesgado; el segundo, como hemos dicho, es más difícil, casi desesperado (pero piensen los varones orgullosos cómo reaccionarían ellos si las feministas -¡siguiendo la lógica dominante!- comenzasen a hablar de "hombres y personas"). En este Cuaderno, como podrá ver el lector, se mantienen los dos usos lingüísticos aludidos. Será la consecuencia de esta nueva comprensión y de estas nuevas imágenes. Las palabras tienen un enorme poder de evocación de concepciones y comportamientos colectivos. Modelan nuestro modo de pensar, de comprendernos, de creer. El hecho de aparecer innominadas las mujeres en la comunidad cristiana –tanto en la liturgia como en las catequesis sólo se decía "hermanos, hijos, Padre..."– ha reforzado la presencia y por tanto el dominio de un sexo sobre el otro, de una forma tan invisible como el aire, tan suave como el impacto de lo sagrado. Y a la inversa, la experiencia demuestra qué fuerza representa pronunciar las palabras: mujer, cristiana, pecadora, hija... Son una llamada a la existencia, a sentirse implicadas y reconocidas dentro del conjunto de la comunidad de creyentes, hombres y mujeres.


No existirá una teología que se tome en serio la existencia y situación específica de las mujeres, que no adopte un lenguaje propio a la hora de expresarse.


Cada tratado de la teología –Cristología, Eclesiología, Mariología...– debería plantearse una reformulación de base, por lo menos en estos tres planos.


b) Método de trabajo.


Esta tarea inmensa de reformulación, que no ha hecho sino comenzar, requiere un método de trabajo que supone:


— Mantener la capacidad de cuestionamiento e ir adquiriendo un hábito de exégesis bíblica muy cuidada, para ahondar en el estudio de la Escritura.


— Detectar los elementos propios de la historia de la cultura, que pesan en los testimonios y escritos creyentes.


— Hacer un nuevo análisis del estudio de las fuentes de la teología cuya adopción e investigación, dada la exclusión de la mujer de este quehacer, ha estado condicionada por el desconocimiento y la falta de sensibilidad hacia ella.


— Asumir, finalmente, el reto de estar haciendo algo nuevo, por tanto nada fácil, con la convicción de estar dando un nuevo impulso a la Teología.


Reflexión teológica de la mujer, desde América Latina


Recogemos aquí algunas intuiciones compartidas por las mujeres latinoamericanas de diversos países, que viven y entienden su fe a partir del compromiso liberador en favor de una nueva sociedad. Se trata, pues, de una reflexión colectiva, formulada inicialmente durante el "Encuentro sobre la situación de la mujer en América Latina" celebrado en San José, Costa Rica (julio de 1989), que había sido convocado por el Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI).


a) Punto de partida de esta reflexión teológica


Es una reflexión que se hace a partir de las comunidades cristianas que luchan por su liberación y por poner fin a la historia ancestral de sometimiento, de injusticia, de opresión colonial, de subordinación machista y patriarcal que afecta en América Latina a las mayorías empobrecidas, pero multiplica su peso en el caso de las mujeres y los niños. Busca transformar estas relaciones para que hombres y mujeres puedan realizarse en plenitud, como anticipo de la "Nueva Creación" inaugurada ya por Jesucristo.


b) Contexto en el que se autocomprende


Es una reflexión que brota en el marco de la Teología de la Liberación, porque ésta posibilita nuevos espacios y perspectivas "para que la mujer deje nacer y crecer su manera propia y originalmente femenina de comprender la revelación", como señala la brasileña Maria Clara Bingemer. En efecto, la Teología de la Liberación sienta sus raíces en la experiencia de un pueblo que, en virtud de la fe, ha experimentado la fuerza del Espíritu y se ha puesto en pie tras un largo cautiverio, para emprender la marcha hacia un nuevo orden donde la vida sea posible para todos. La Teología de la Liberación, desde la perspectiva de la mujer, ha de entenderse en este contexto. No puede desligarse de esta gran corriente que atraviesa el mundo de los pobres y oprimidos, y de los que se solidarizan con ellos.


c) Características


La Teología de la Liberación desde la perspectiva de la mujer, trata de rescatar un doble derecho secuestrado.


El derecho a reflexionar sobre su peculiar manera de experimentar la revelación y a expresar su reflexión, realizada desde la inteligencia de su ser de mujer y desde los compromisos concretos que asume, con el fin de crear nuevas formas de convivencia social y eclesial, en solidaridad con otros varones y mujeres que edifican el Reinado de Dios en medio de los pobres.


El derecho a vivir la fe como fuerza liberadora y no como fuente de opresión. Las mujeres cristianas están convencidas de que la fe tiene algo que decir respecto a su situación. Ni Dios, ni el núcleo del mensaje evangélico, ni buena parte de la comunidad eclesial, permanecen impasibles ante el drama de los oprimidos, entre los cuales se encuentran muchas mujeres.


Conclusión


Tanto desde el Primer Mundo como desde el Tercero, las mujeres creyentes, inmersas en una realidad donde la mujer es oprimida de múltiples formas, coinciden en afirmar que hacer teología desde la perspectiva de la mujer, es una necesidad y un derecho a reclamar:


a) Es una necesidad, porque la fe tiene algo que decir respecto al androcentrismo de la cultura y al patriarcalismo de la sociedad y de la Iglesia, respecto a su situación y a su lucha.


b) Es un derecho a reclamar, porque a la mujer, durante siglos, se le ha negado la palabra en la historia de la Iglesia y en la Teología. La mujer tiene derecho a articular la sabiduría de la fe desde su situación de empobrecida y desde su condición de oprimida. Más aún, tiene derecho a anticipar nuevas formas de comunión y de solidaridad desde su modo peculiar de recibir la revelación.


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