Hombre y Mujer
Entre el cristianismo de versión romano-católica y la problemática de lo feminino y de la mujer existe un franco conflicto. Las mujeres, por el hecho de ser mujeres, no tienen plena ciudadanía dentro de la comunidad cristiana. Esta situaçión es injusta y por eso mismo no tiene ninguna razón de ser. Al contrario, el cristianismo tiene tres argumentos de orden interno, estrictamente teológicos, que podrían convertirlo en uno de los grandes promotores de la dignidad y de la excelencia de la mujer, en lugar de ser un bastión de patriarcalismo.
El primer argumento se encuentra en la primeira página de la Biblia, cuando en el Génesis se dice: ''Hagamos la humanidad a nuestra imagem y semejanza; hagámosla hombre y mujer''(Gen 1,27). Por lo tanto, en Dios hay algo de femenino y masculino que se refleja en el hombre y en la mujer. Solamente tendremos una experiencia global de Dios si incluimos siempre a los dos, al hombre y a la mujer, en nuestra trayectoria hacia la Fuente originaria de todo ser. Si excluimos a la mujer, tendremos sólo una imagem parcial de Dios.
El primer argumento se encuentra en la primeira página de la Biblia, cuando en el Génesis se dice: ''Hagamos la humanidad a nuestra imagem y semejanza; hagámosla hombre y mujer''(Gen 1,27). Por lo tanto, en Dios hay algo de femenino y masculino que se refleja en el hombre y en la mujer. Solamente tendremos una experiencia global de Dios si incluimos siempre a los dos, al hombre y a la mujer, en nuestra trayectoria hacia la Fuente originaria de todo ser. Si excluimos a la mujer, tendremos sólo una imagem parcial de Dios.
El segundo argumento dice: Dios nos visitó personalmente y vino a vivir entre nosotros. Cuando los cristianos piensan en la Navidad, que celebra la encarnación del Hijo de Dios, piensan generalmente en Jesús de Nazaret. Sin embargo, el Hijo no fue el primero en venir. Antes vino el Espíritu Santo, enviado a una mujer. El evangelio de Lucas es claro: ''El Espíritu vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo armará su tienda sobre ti y por eso el Santo engendrado será llamado Hijo de Dios'' (1,35). ''Virtud del Altísimo'' es otro nombre para Espíritu. Él armará su tienda sobre la mujer María. El término griego usado (episkiásei), es parecido al que usa San Juan para expresar la encarnación del Hijo (eskénosen:1,9). Los dos términos contienen la palabra tienda (skené) para expresar la morada permanente. El sentido es el siguiente: ''El Espíritu vendrá sobre ti y habitará definitivamente en ti''. Ese habitar del Espíritu es tan íntimo que eleva a la mujer María a la altura de lo divino. Por eso, consecuentemente, el texto sigue: ''Lo engendrado en ti será Hijo de Dios''. Solamente Dios o quien haya sido elevado a la altura de Dios puede engendrar un Hijo de Dios. Es decir: al visitar a la humanidad, Dios escogió para morar, en primer lugar, a la mujer. Ella lleva en su seno al Hijo del Padre, ahora encarnado por fuerza del Espíritu. En un momento de la historia, el centro de todo lo ocupa una mulher. Ella es la portadora del Espíritu y simultáneamente del Hijo eterno. Ella, y solamente ella, es el Templo donde mora la divindad total: el Espíritu y el Hijo, enviados por el Padre, se encuentran en el seno de esa sencilla mujer del pueblo judío.
El tercer argumento reza: el hecho decisivo del cristianismo, y quizás de toda la historia humana, consiste en la victoria definitiva de la vida sobre la muerte, hecho testimoniado por vez primera por una mujer, María de Magdala. Para los cristianos, la vida no termina con la muerte, sino con la resurrección. La resurrección es mucho más que la reanimación de un cadaver; es la plena realización de todas las potencialidades del ser humano. Es el ser humano transportado al final del proceso evolutivo. Y, para los cristianos, eso fue lo que pasó con resurrección de Jesús. Pues bien, su primer testigo fue una mujer, Magdalena. Ella fue apóstola para los apóstolos, como dice San Bernardo, pues fue ella quien comunicó a los seguidores de Jesús ese evento bienaventurado. Siempre se ha enseñado que sin fé en la resurrección no habría cristianismo ni Iglesia. Si es así, ¿por qué no dar centralidad a las mujeres, que nunca traicionaron a Jesús y fueron testigos de su resurrección?
Existen como vemos muy buenas razones para valorar sumamente a la mujer. Junto con el hombre, la mujer guarda lo Sagrado como una lamparina siempre encendida. Solamente un cristianismo olvidado de su grandeza original y víctima del patriarcalismo cultural de Occidente puede marginar a las mujeres privándonos a todos de su inestimable aporte, con el que pueden enriquecer a la comunidad cristiana y a toda la humanidad.
Leonardo Boff é teólogo e escritor
Publicado en el Jornal do Brasil el 28/Dic/2001.
Traducción de Mª José Gavito
Publicado en el Jornal do Brasil el 28/Dic/2001.
Traducción de Mª José Gavito
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