Antropologo G. Marín
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La civilización del Anáhuac es una de las 6 civilizaciones con origen autónomo del mundo y al mismo tiempo una de las menos conocidas y más desvalorizada.
No es tan antigua como Egipto y Mesopotamia, pero si coetánea de China, India y la Zona Andina. De los 7 mil quinientos años de Desarrollo Humano, desde la invención de la agricultura hasta la llegada de los europeos, solo se conoce confusamente los últimos 200 años de la cultura mexica (1325-1521 d.C.), que existió muchos siglos después del colapso del Período de Esplendor Clásico (200 a.C.- 850 d.C.)
Los españoles no solo arrasaron piedra sobre piedra la ciudad más grande del mundo de principios del siglo XVI, sino que negaron todo valor humano, intelectual, artístico y espiritual de los pueblos vencidos. Existe en la historia de la humanidad pocos hechos tan vergonzosos, como la conquista y colonización del Anáhuac. Esta es la razón que explica, en parte, la aparente desaparición de esta importante civilización.
Se han escrito muchas falsedades, por error o intencionalmente dolosa, sobre sus valores y principios. Se le ha escatimado toda trascendencia y aportación no solo al mundo, sino fundamentalmente a lo que ahora somos los mexicanos como cultura.
El futuro de México está en el conocimiento que tengamos de nuestro pasado. No podremos tener un futuro digno y descolonizado, sino conocemos LA VERDADERA HISTORIA DEL MEXICO ANTIGUO y la interpretamos por nosotros mismos.
Para muestra un botón. Nos han catalogado los colonizadores de que éramos un pueblo idólatra. Que nos la pasábamos realizando tumultuarios y sangrientos sacrificios humanos y adorando a dioses del aire, del agua o del fuego. Todo eso solo existió en la mente perversa, fanática e ignorante del colonizador.
La civilización del Anáhuac tenía a un solo Dios que era innombrable, invisible e impalpable. Que se había creado así mismo y había creado el universo, que podía estar en todas partes al mismo tiempo. Poseía muchas advocaciones esta deidad suprema, como los cristianos tienen once mil advocaciones diferentes de una sola Virgen. Si analizáramos las costumbres y tradiciones de nuestra civilización Madre, dimensionaríamos su gran potencial.
Desde tiempos inmemorables se realizaba una ceremonia llamada “Del Fuego Nuevo”. En efecto, cada 52 años que se cumplía el ciclo cósmico en que el Sistema Solar gira exactamente en torno a las estrellas llamadas Las Pléyades. Se tenía la creencia que cuando finalizara este ciclo se podía iniciar el fin del Quinto Sol. De modo que el día en que terminaba el ciclo de 52 años se apagaban todos los fuegos y se recogían las representaciones de los dioses, tanto de las casas como de los templos. La gente de los pueblos se encaminaba al cerro tutelar y ahí se ponían a orar para que saliera el sol y se aseguraran otros 52 años de vida del Sol en el que vivimos. Era parte del ritual que en el cerro se hacían pedazos las representaciones de los dioses que habían estado vigentes durante el ciclo de 52 años que estaba terminando ese día. Esta es la razón por la cual en casi todos los pueblos antiguos de México, existe un cerro en el que se encuentran gran pedacearía de cerámica ritual (tepalcates). Cada 52 años se destruían sin excepción todas las formidables y magistrales piezas de cerámica sagrada.
Cuando aparecían los primeros rayos de luz del nuevo día, todo se convertía en fiesta, pues estaban asegurados otros 52 años de vida del Quinto Sol. La gente bajaba del cerro entonando himnos religiosos y se hacía una ceremonia muy importante llamada “Del Fuego Nuevo”, donde se encendía un fuego que duraría otros 52 años en los templos y en los hogares de la población.
He aquí lo trascendente. De inmediato se mandaban hacer las nuevas representaciones de las advocaciones del Dios innombrable, invisible e impalpable. Aquél por quién se vive. De este modo los artistas volvían a crear en barro y otros materiales estas figuras que vivirían en el centro de su sacralidad justo 52 años.
Amable lector, si usted analiza esta cuestión de una manera descolonizada podrá observar que nuestros antepasados desde los más lejanos tiempos primordiales, NO ERAN IDÓLATRAS, toda vez que cada 52 años destruían las representaciones materiales de sus divinidades. Esto es verdaderamente asombroso y nos habla de un gran adelanto civilizatorio y una avanzada conceptualización de la abstracción de la divinidad. Pues un pueblo que ha llegado a entender que las representaciones de sus deidades son solo medios y no esencia de su culto. Es decir, la imagen o el objeto, en sí solo es una simple representación material, pues la divinidad es abstracta y espiritual.
Imagine usted que los mexicanos contemporáneos quemáramos cada 52 años el lienzo del Tepeyac y que estuviéramos convencidos totalmente que Tonatizin-Guadalupe es una verdad que está más allá de una representación material, que es eterna y que jamás podrá ser destruida, secuestrada o falsificada, pues vive en lo más profundo y valioso de todos sus hijos.
A partir de la colonia los invasores nos enseñaron a ser idólatras y adoramos objetos. ¡Qué paradójico!, antes de la conquista éramos un pueblo con un mayor desarrollo espiritual. A partir de la imposición de una cultura menos evolucionada, hemos tenido que retroceder en los grandes avances que habíamos logrado en nuestro propio desarrollo.
El futuro de México es entonces recuperar los valores y los principios que representan la herencia más valiosa e importante para construir un sociedad más justa y humana.
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