sábado, 6 de diciembre de 2008

LA INDUSTRIA DEL HOLOCAUSTO

La industria del Holocausto. De "La lengua del pueblo" (Rebelión 2004).
James Petras - Mayo 2004. Sátira de James Petras sobre lo que pasa cuando recuperar la dignidad de las víctimas se convierte en mercancía.

http://www.rebelion.org/petras.htm







(traducción de Manuel Talens)

Lev se puso a leer con detenimiento las páginas económicas para comprobar las cotizaciones de la bolsa en los días anteriores. «El Dow Jones ha bajado, el NASDAQ ha bajado, el S&P ha bajado...» Pasó luego a las empresas individuales: «General Motors ha bajado, IBM ha bajado...». De pronto, hizo una pausa, tomó el rotulador amarillo y subrayó: «La industria del Holocausto» ha subido.

Comprobó luego la trayectoria de dicha industria durante los últimos años: crecimiento sólido en toda la década, con un refuerzo en el nuevo milenio.

«Tengo que estudiar esto a fondo para asegurarme de que la industria del Holocausto no es otra burbuja vacía como la informática», se dijo. Identificó a los personajes más destacados: Eisenstadt, Bronfman, Weisel, grandes despachos de abogados, presidentes de las principales organizaciones judías... «Tiene buena pinta. ¿Cuánto tiempo aguantará?», se preguntó. Descolgó el auricular del teléfono y llamó a Kevin Rubenstein.

–Dime, Kevin, ¿qué sabes de la industria del Holocausto, tiene futuro o es de las de comprar y vender?

–Es una mina, Lev. Las víctimas se están muriendo, pero cuantos menos supervivientes hay, más dinero da.

Kevin parecía entusiasmado.

–¿No te parece una contradicción? –dijo Lev algo perplejo, pero lleno de interés.

–Es que los flujos de capital y los márgenes de beneficios tienen poco que ver con las víctimas enfermas o ya fallecidas y mucho con los abogados, que son la parte dinámica e innovadora de la industria. Es una historia larga, pero sencilla: mientras quede un solo superviviente, la industria del Holocausto será un buen negocio. Oye, tengo una cita ahora. ¿Por qué no me invitas a almorzar mañana y te lo explicaré todo?

–De acuerdo. Mañana a las doce. En el restaurante tailandés.

El broker estaba intrigado. Repitió mentalmente el comentario final de Kevin: «Mientras quede un solo superviviente, la industria del Holocausto será un buen negocio... No puede ser como el vino, que cuanto más viejo es más caro vale. ¿Cómo es posible que esos viejos saquen más dinero ahora, casi sesenta años después del Holocausto, que cuando había más supervivientes, eran más jóvenes y tenían más vida por delante? ¿Por qué el dinero ahora va al bolsillo de las personas, en vez de a Israel?».

El teléfono sonó e interrumpió sus pensamientos.

–Hola, Lev, soy Fritz Hauptmann, de Volkswagen. El mercado sigue cayendo y me estoy poniendo nervioso. ¿No cree usted que deberíamos invertir en un fondo seguro hasta que pase la marea?

–Vale, Fritz. Ahora mismo voy a trasladar temporalmente su cuenta a un fondo. Pero creo que he encontrado algo realmente bueno. Crecimiento estable y un magnífico rendimiento.

–¿Está bromeando, Lev? ¿En este mercado?

–Sobre todo en este mercado. Mañana, cuando averigüe más, lo llamaré. Quién sabe, puede que hoy sea su día de suerte, Fritz –la voz del broker sonaba optimista.

–Así lo espero, Lev, esta semana he perdido veinte mil.

–Hasta mañana.

El teléfono no dejó de sonar en todo el día. Eran sobre todo pequeños inversionistas asustados, a punto de perder sus fondos de pensión.

«Qué hijos de puta avariciosos», Lev se reía para sus adentros. «Estaban seguros de que podrían retirarse y comprar una casa en Palm Springs, pero ahora van a tener suerte si les queda algo para alquilar un cuartucho en un gueto de negros».

Algunos de sus clientes más importantes también lo llamaron. Lev les aconsejó que aguantaran, porque tenía unas acciones totalmente seguras.

En la cafetería de la agencia de inversiones se encontró con Marcus Murphy, un compañero bastante mediocre.

–Oye, Lev, deberías leer este libro de Goldhagen. Sabes, dice que todos los alemanes odiaban a los judíos, que todos fueron responsables, incluso los que barrían la calle. ¿Qué te parece?

–Qué quieres que te diga. En los años veinte, más de las dos terceras partes del electorado alemán votó contra el fascismo, pero los nazis ilegalizaron, encarcelaron y mataron a millones de socialistas, comunistas y socialdemócratas, que eran antifascistas.

Marcus frunció el ceño. Estaba harto de aquel judío tan resabiado. Siempre que encontraba algún punto a favor del pueblo judío (como solía llamarlo), Lev se lo tiraba por tierra. Incluso le había oído decir que Israel debería abandonar los territorios ocupados. «Es como si Irlanda les entrega Dublín a los ingleses», solía decir su madre.

Mientras Marcus seguía parloteando sobre Goldhagen, Lev empezó a pensar. «Quién sabe», se dijo, «si lo importante no es el número de supervivientes, sino el de implicados o supuestamente implicados en el Holocausto; si en vez del número de víctimas lo que cuenta es el número de abogados y el dinero, no la justicia.»

Lev dio cuenta rápidamente del almuerzo y regresó a la oficina. Llamó al Centro del Holocausto en Washington. Al cabo de media hora en que lo estuvieron mareando de un departamento a otro, lo pusieron con el jefe de la «Sección del Testimonio Viviente».

Lev fue directo al grano:

–¿Puede indicarme quiénes son los abogados que se ocupan de negociar las indemnizaciones que han de recibir las víctimas del Holocausto?

Al otro lado hubo una pausa.

–No es fácil de decir. ¿A qué indemnizaciones se refiere? Hay muchos pleitos y cada uno de ellos está al cargo de un pequeño ejército de abogados.

Lev reflexionó a toda velocidad: «Esto es más que una industria artesanal, es una empresa corporativa.». Especificó:

–¿Puede darme una lista de los pleitos pendientes que se ocupan de la esclavitud de los judíos en las industrias alemanas?

–Sólo tenemos informes de los abogados principales, de los grandes despachos que negocian con los alemanes, de los pleitos aprobados por los presidentes de las principales organizaciones judías, que ceden un porcentaje a nuestra fundación.

–De todos modos, eso me vale para empezar. ¿Puede enviarme la lista?

–¿Puede hacer usted una contribución? –la voz del otro lado sonó como una exigencia.

–Déme su dirección postal –contestó Lev.

–Aceptamos tarjetas de crédito –replicó el otro con brusquedad, sin soltar la presa.

–Les enviaré un cheque –Lev empezaba a exasperarse.

–Entonces tomará más tiempo –la voz se volvió intimidatoria.

«Esta gente es dura de roer», pensó Lev cuando colgó el auricular. «Veré si Kevin puede pasar a través del parapeto para enterarme de lo que es la industria del Holocausto».

Rubenstein apareció con una corbata verde brillante y la calva cubierta con una kipá.

–Kevin, vas de uniforme –se burló Lev.

– Yo soy así.

Una vez instalados en la mesa, mientras esperaban el almuerzo, Kevin empezó a hablar:

–La historia es larga, pero te daré los datos esenciales para que te hagas una idea y luego busques los detalles por tu cuenta. La industria del Holocausto se inició después de la condena de los criminales nazis y de que los alemanes pagasen indemnizaciones a Israel. Unos veinte años después, en la época de la guerra de los Seis Días, cuando los israelíes ocuparon los territorios árabes, se puso de moda ser judío y recordar el Holocausto. Aparecieron miles de libros sobre el asunto, buenos, malos e insustanciales. Hubo cientos de conferencias, días del recuerdo, libros de texto revisados y aumentó el valor de Israel, sobre todo entre judíos que ni remotamente habían estado implicados o que simplemente habían tenido algún pariente lejano en los campos de concentración. Todos se implicaron, era una manera de encontrar una identidad especial, sobre todo para abogados, médicos o famosos que nunca habían pisado una sinagoga y que estaban casados con gentiles.

Lev lo interrumpió:

–Me parece un discurso sociológico interesante, pero…

–Ten paciencia, hombre, que enseguida llego a la industria. Hubo un abogado, un antiguo comunista especializado en derecho corporativo, que puso la compensación sobre la mesa. Sus argumentos eran más o menos los siguientes: los nazis trabajaron en estrecha colaboración con el gran capital; los judíos fueron esclavos, pero no esclavos asalariados, según su antiguo lenguaje de rojo, sino auténticos esclavos al servicio de las grandes compañías de la Alemania nazi, que todavía existen y tienen mucho dinero. Empezó a pronunciar discursos en Forest Hill y Brighton Beach, a la búsqueda de antiguos esclavos. Pero tenían que ser judíos, los polacos, los griegos o los rusos no contaban. Cuando tuvo una lista bastante grande, organizó una rueda de prensa para anunciar el pleito. Allí aparecieron los grandes despachos de abogados de Wall Street y los habituales del Partido Demócrata. Una vez que se iniciaron las negociaciones, le tocó el turno a los investigadores legales y a los historiadores, que desenterraron la historia. La infraestructura del Holocausto se puso en marcha y Elie Weisel le dio un gran impulso cuando obtuvo el premio Nobel –Kevin hizo una pausa para atacar su plato.

Lev preguntó:

–Cuánta pasta hay en juego? ¿Cuál es la rentabilidad?

–Casi quince mil millones. La mitad será para los abogados. Los procedimientos judiciales, las ayudas legales, los traductores, los interventores, consultores universitarios, los archivistas de la Fundación y los cabilderos también conseguirán un pellizco.

–¿Y los supervivientes? –preguntó Lev con incredulidad.

–Sus fotografías aparecerán en el New York Times en la sección de interés humano y se los mencionará en las páginas de negocios. Es probable que les organicen una agradable cena en algún hotel elegante cuando se anuncie el acuerdo y, eventualmente, podrán conseguir alguna pasta, si no se mueren antes.

A Lev le molestaba el cinismo de Kevin, pero no quiso cortarlo antes de que llegase a la información estratégica.

–Sabes, la compañía Holocaust Inc. se ha constituido en sociedad anónima y cotiza en bolsa –dijo.

–¿Que si lo sé? –Kevin sonrió con satisfacción–. Invertí en ellos el primer día que sus acciones salieron a la venta. ¿Cómo crees que compré mi casa en Martha's Vineyard, a un paso de los Kennedy?

–¿Tiene futuro, es decir, seguirá subiendo cuando se alcance un acuerdo con las industrias alemanas o se trata de un negocio de entrar y salir? –preguntó Lev con cautela.

–Y yo qué sé –Kevin lanzó una carcajada. Dio un trago de vino. Sus ojos brillaban–. Te diré algo, Lev: entre nosotros, creo que la industria del Holocausto tiene un futuro espléndido, porque después de las industrias alemanas vienen las estadounidenses, las francesas, las inglesas, los banqueros, los fabricantes... Están las víctimas directas, sus descendientes, etc. Está el dolor físico de las víctimas y la angustia mental de los hijos de sus hijos. Están los proveedores de las industrias alemanas. Ese Goldhagen descubrió una mina de oro cuando puso la mano sobre los alemanes, los hizo a todos responsables y los puso en fila para que paguen.

Lev rió.

–Con razón esa mierda de libro es un bestseller.

Kevin no entendió el chiste. Lev le lanzó una flor antes de hacerle una última pregunta:

–Kevin, eres un tipo bien informado.

El otro sonrió de oreja a oreja.

–Me da gusto ayudar a un amigo viejo, sobre todo si me invita a un almuerzo de cincuenta pavos.

–Dime algo, ¿es posible rastrear esas transacciones de miles de millones de dólares?

Kevin apretó los labios.

–Sí y no. El gobierno federal y los estados apoyan a los abogados y, sobre todo, a los financieros de la hermandad. Los jueces se pondrán de su parte y no hay en perspectiva ningún arreglo amigable. El gobierno alemán pagará para evitar que los judíos estadounidenses les impidan penetrar en los mercados y en los circuitos financieros. Por ahí no hay ningún problema –Kevin hizo una pausa–. El problema lo están creando esos abogaduchos que quieren sacar tajada y que están intentando pleitos contra los capataces, los chóferes de autobús y los porteros que, según dicen, facilitaron la explotación del trabajo de esclavos. Uno de ellos incluso lo está intentando contra los cocineros que cocinaban para los capataces que trabajaban en Volkswagen y que explotaron a los esclavos judíos.

–Eso parece el cuento de nunca acabar –lo interrumpió Lev.

–Sí, pero las grandes empresas alemanas no pagarán a menos que los abogados consigan que los tribunales cierren la puerta a futuras reclamaciones –replicó Kevin–. Ése es el problema. Esos chupones quieren un pellizco y amenazan con impedir los pagos, es una especie de chantaje al Holocausto.

–Lo cual es un inconveniente a la hora de invertir –comentó Lev con prudencia.

–Siempre hay un riesgo cuando se quiere ganar algo, es la ley de la economía –dijo Kevin con humor.

Lev regresó a la oficina y les dio una orden a sus jóvenes ayudantes.

–Hoy, a las ocho de la tarde, quiero un informe sobre todos los pleitos del Holocausto, ya estén en marcha o en potencia.

A las ocho, Lev convocó la reunión.

–¿Tenéis noticias?

–Muchas. Hay pleitos pendientes por todas partes, en Inglaterra, y en Estados Unidos, y en todos los niveles de la jerarquía corporativa –dijo un jovencito recién graduado de la Wharton School.

–Es probable que IBM se siente en el banquillo, porque según un abogado, montó los sistemas de listas y los censos que utilizaron los nazis para localizar a los judíos –añadió un recién salido de Howard.

–Pero eso no es todo –agregó a un graduado del Brooklyn College–. Hay una serie de pleitos adicionales contra los supervisores que dirigieron la cadena de producción que montó los sistemas de IBM, los ingenieros que los diseñaron y los trabajadores de la cafetería donde almorzaban. Unos cuantos abogados del Bronx van a convocar una rueda de prensa.

Lev perdió los estribos:

–¿Y qué me decís de los propietarios del barco que transportó los sistemas de IBM, de los granjeros que cultivaron las hortalizas que cocinaron los trabajadores de la cafetería para los trabajadores que fabricaron las máquinas que IBM les suministró a los nazis?

Los tres ayudantes se quedaron sin habla. No sabían si reír o llorar.

–¿Y de los comerciantes que les vendieron a los trabajadores y a los ingenieros de IBM la ropa con que trabajaban, no tienen ningún pleito pendiente? –añadió Lev con sarcasmo–. No cabe duda de que la industria del Holocausto tiene un buen potencial de crecimiento, con un montón de casos en varios continentes, lo cual disminuye el riesgo de que uno solo de ellos la mande al carajo.

Todos asintieron. El jovenzuelo del Howard College añadió:

–No creo que haya mucho peligro de que disminuyan los beneficios.

–¿Qué quieres decir? –le preguntó Lev.

–Que la industria seguirá dando ganancias y los supervivientes sólo obtendrán una fracción.

–Vale. Habéis hecho un buen trabajo, muchachos –Lev dio por terminada la reunión y se puso a trabajar en un plan de inversiones para sus principales clientes sobre las perspectivas a largo plazo de la industria del Holocausto.

«Se puede esperar», concluyó en la última línea, «un beneficio de entre el veinte y el treinta por 100, lo cual no está nada mal en un mercado a la baja como el actual».

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