1.1. La situación actual América Latina.
No pretendiendo siquiera hacer aquí -por motivos de extensión- una descripción de la situación actual de América Latina «bajo el imperio neoliberal», vamos a enumerar simplemente los elementos de que debería constar una tal descripción. Para nuesro propósito nos basta evocarlos.
Deberíamos hablar en primer lugar de las cifras mismas de la pobreza, hoy más altas que nunca. Mil millones de personas viven en el mundo con un dólar diario1 . Y en América Latina (AL) concretamente crece el número de pobres: en 1985 eran 152 millones (el 41% de la población) y en 1990 eran ya 196 millones (el 46%)2 . La década de los 80 fue una década perdida3 para A.L., aunque fue más más perdida para unos que para otros4 .
Deberíamos referirnos también no sólo a los pobres, sino a los nuevos pobres: la crisis económica y sobre todo los ajustes estructurales arrastraron hacia la pobreza importantes contingentes de capas medias5 . Estos nuevos pobres no son un problema exclusivo del tercer mundo6 . Las cifras de la pobreza han aumentado en todo el planeta7 .
La desigualdad es una de las dimensiones más llamativas: la famosa "copa de champán" que popularizó el informe del PNUD de 1994 la ejemplifica de un modo emblemático. Concretamente, América Latina tiene la peor desigualdad del mundo8 , con Brasil9 y México10 a la cabeza.
Esta desigualdad es además una desigualdad creciente11 . Incluso en los países con prosperidad12 .
Esa «brecha entre países pobres y países ricos» se acrecienta con mecanismos como el de la deuda externa13 , nuevo neocolonialismo que nos hace pagar una deuda que no contrajeron nuestros pueblos, que ya hemos más que pagado, y que se paga recortando la salud, la educación y bienestar del pueblo.
Una nueva palabra hace fortuna para caracterizar la actual situación: la exclusión. Estamos en la mayor crisis de desempleo desde los años 3014 . El neoliberalismo piensa que una buena parte de la sociedad humana actual sencillamente sobra15 , y se confiesa incapaz de servir a más del 15% de la humanidad. El modo de vida de este 15% privilegiado no es generalizable al conjunto de la sociedad: el planeta no aguantaría.
Por su parte el capital financiero internacional ha vivido en los últimos años un fortalecimiento y consolidación planetario, la mundialización16 , nunca antes vivido en la historia. Sus órganos económicos internacionales gobiernan ya de facto el mundo dictando las políticas que han de adoptar los países pobres (que ya no son realmenete soberanos), dirigiendo sus economías con los «ajustes estructurales». Los organismos mundiales (ONU, FMI, BM_), que siguen teniendo estructuras no democráticas, sugieren un gobierno mundial17 .
1.2. El «proyecto neoliberal»: su filosofía Detrás de esta situación hay un proyecto: el neo liberalismo.
El «neo»-liberalismo constituye una versión renovada y ampliada de sus principios filosóficos clásicos, sólo que esta vez sin dulcificar su rostro inhumano, como cuando era necesario hacerlo por la presencia del socialismo contrincante. Ahora puede presentarse sin temor el capitalismo «puro y duro».
Se glorifica el «propio interés» como motor supremo de la actividad económica: «los egoísmos individuales tienden inevitablemente a la armonía de la autorregulación, de forma que el egoísmo es la mejor contribución que el ser humano puede dar a la actividad económica de su sociedad». Se difunde la glorificación de las virtudes del sistema: libertad, realismo, eficacia, calidad, competitividad, superación de las distorsiones de la economía, promesa del "efecto cascada"_ Frente a todo ello entran en crisis las ciencias sociales y los análisis clásicos de los mecanismos de explotación.
Mercado total: un mercado supuestamente libre, dirigido por una «mano invisible» que todo lo autorregula y armoniza. Todo debe supeditarse al dios mercado18 . Con la igualdad de condiciones del mercado libre, se salvarán los más competentes; quedarán excluidos los incompetentes... Pero ni aun por ellos deberá velar el Estado, que debe reducirse a su mínima expresión y dejar de ser el «estado de bienestar». Igualmente, en aras de la competitividad y de la rentabilidad del capital, han de ser destruidas las ventajas laborales conquistadas en los últimos siglos...
La sociedad se «reajusta» en función de los intereses del capital financiero internacional, que se crece y se concentra: «Islas de la opulencia», «Cultura de la satisfacción», dirá Galbraith. Es la «avalancha del capital contra el trabajo», la «revolución de la derecha» y de los poderosos.
1.3. La nueva hora psicológica del pueblo
Hay que referirse tambien a lo no cuantificable: lo psicológico-espiritual.
Hoy ya no se puede hablar con objetividad sólo de «la irrupción de los pobres» como en las décadas pasadas19 ; hoy hay que hablar también del retroceso de los pobres; hay que hablar del proceso de liberación y del proceso de nueva dominación, tanto de la concientización popular como de un proceso de alienación, tanto de la organización popular como de la dimisión y desmovilización, tanto del acercamiento de militantes no cristianos a la Iglesia como de la deserción de la Iglesia de los militantes cristianos... La realidad es, por lo menos, compleja y ambivalente.
Estamos en una hora de euforia de la derecha por la hegemonía cultural que el neoliberalismo ejerce sobre unos medios de comunicación que efectivamente están en su mano20 . Se habla del ocaso de las ideologías y del fin de la historia (Fukuyama). Hasta en una cierta teología se registra una euforia neoconservadora, que llega a identificar al Siervo de Yavé con la empresa multinacional moderna21 .
Un poco por todo el Continente hemos asistido en estos años a un desmoronamiento de las organizaciones populares y a un proceso de indefensión del sujeto popular. Desencanto, depresión, desmovilización, concentración en la lucha por la supervivencia... ¿Es el pueblo el sujeto histórico?22 ¿Será por lo menos un sujeto histórico? Muchos que anteriormente lo afirmaron, ahora lo dudan...
Se registra también por el continente lo que en otra ocasión he llamado un «posmodernismo a lo latinoamericano»23 : aunque por otros motivos que en Europa, también aquí muchos prefieren ahora un pensamiento débil, sin grandes relatos, sin utopías ni proyectos históricos, con la oferta del refugio en el fragmento del vivir (o sobrevivir) hoy como máxima meta. Se puede afirmar que ciertos sectores populares latinoamericanos atraviesan una hora psicológica cuya clasificación nosográfica sería, sin duda, una depresión psicológica colectiva24 .
En el campo de acción de las Iglesias se registra también con una cierta frecuencia una pastoral que se centra en y a veces se limita a los microproyectos de acompañamiento al pueblo en su lucha por la sobrevivencia, abandonando -en esta situación de sobrevivencia- la proyección hacia acciones más estructurales... y centrándose en temas más al gusto de esta hora difícil (interioridad, métodos de oración, autoestima, manejo de los sentimientos...). Algunos teólogos de la liberación guardan silencio, o podan sus temas más polémicos, y entre los religiosos -otrora paladines de la profecía- algunos dicen que ésta es hora de silencio y de sabiduría.
Hay esperanza, y mucha, pero se trata de una esperanza que brota conscientemente en un difícil contexto, conocido con realismo y asumido con madurez25 .
2. El proyecto neoliberal a la luz de Jesús [Juzgar]
2.1. Radiografía ético-teológica de la situación actual del mundo
A pesar de las dudas de los vacilantes, para nostros no cabe duda: una situación como la que acabamos de evocar es una situación éticamente injusta y religiosamente pecaminosa. La situación actual de la pobreza -calificada como «inhumana»26 , como «antievangélica»27 , y como «el más devastador y humillante flagelo que vive el Continente»28 -, es una «situación de permanente violación de la dignidad de las personas»29 ,una situación de violencia30 , de «violencia institucionalizada»31 , producida por las "fuerzas que inspiradas en el lucro sin freno, conducen a la dictadura económica y al 'imperialismo internacional del dinero' condenado por Pío XI y Pablo VI"32 , por "estructuras de pecado" de las que habla Juan Pablo II33 .
Se escucha -también hoy- un "sordo clamor que brota de millones de hombres, que piden a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte"34 , "un clamor35 que sube al cielo, incontenible y amenazador"36 , todavía más grave que en aquellos años37 , sólo que ahora contenido por la falta de alternativas y el síndrome psicológico de depresión.
Una situación del mundo como la actual, caracterizada no sólo por la marginación sino por la creciente exclusión, contradice flagrantemente el primer principio de la clásica Doctrina Social de la Iglesia, que es el «destino universal de los bienes».
La gloria de Dios es que el ser humano viva (San Ireneo), y que el pobre viva (Mons. Romero). El sistema neoliberal excluye a los pobres y sacrifica la dignidad de la persona humana y la integridad de la ecología a las exigencias del mercado, reconocido como verdadero dios38 .
2.2. Juicio moral sobre el proyecto neoliberal que está tras esa situación
Nosotros no dudamos que el neoliberalismo es eficaz, ni siquiera que pudiera ser el sistema más eficaz de la historia para crear riqueza. Pero tampoco dudamos de que crea esa riqueza a base de aumentar tanto la pobreza como la brecha entre ricos y pobres.
Nosotros estamos por el desarrollo, pero por otro tipo de desarrollo. Queremos que se cree riqueza, pero no a ese precio de pobreza y exclusión de las mayorías. La vida de los pobres está por encima de las exigencias de la competitividad y del mercado. Un sistema que excluye como sobrantes a las mayorías será siempre inicuo.
No queremos las promesas del nunca realizado «efecto cascada»: queremos que se detenga la muerte de los pobres. No se puede comprar una hipotética prosperidad futura al precio de la vida de las mayorías presentes oprimidas.
No es verdad que «no hay otra salida»39 . No podemos admitir que ésta sea la solución económica a los problemas económicos; es la solución de los poderosos40 impuesta contra los intereses y la vida de los pobres.
La naturaleza y los méritos del capitalismo son independientes de la suerte del socialismo. Para nosotros es crónico el fracaso del capitalismo para resolver el problema de la pobreza y de la agresión a la naturaleza, problemas clásicos del capitalismo que se agravan día a día, más incluso ahora que la ausencia de contrincante le hace revelarse sin el disfraz de un rostro humano. Hablar de triunfo del capitalismo nos parece sólo posible como un sofisma que manipula el fracaso del socialismo.
El retorno al liberalismo y a sus principios filosóficos fundadores del reconocmiento del interés propio como motor único de la economía y del egoísmo individual como la mejor aportación que el ser humano puede hacer a la colectividad, retorno causado en parte por el fracaso de los intentos socializantes, no deja de ser un fracaso ético de la humanidad en sus intentos por superar una sociedad hecha de lucha de meros intereses individuales (homo homini lupus), por construir una sociedad donde la persona y su dignidad no sean objeto de mercado.
Para los que creemos en la capacidad utópica del ser humano, el fracaso del socialismo (aparte de otras precisiones que serían necesarias) no podría significar más que el fracaso de un concreto intento dentro de la milenaria historia de superación de la injusticia humana, historia protagonizada principalmente por los pobres y oprimidos. Un intento puede haber fracasado, como tantos otros anteriores; lo que no ha podido fracasar es el inagotable impulso utópico por superar un mundo estructurado en torno al egoísmo e individualismo, ni la capacidad humana de crear alternativas para acercar la utopía. Por el honor de Dios y por el honor de la humanidad, nos negamos a aceptar que la historia haya llegado a su final. Por nuestra esperanza cristiana, nos negamos a aceptar la «cultura de la desesperanza», la «teología de la inevitabilidad» que se nos quiere inculcar.
Quizá tenemos una «utopía sin modelo», pero la preferimos al «modelo sin utopía» del neoliberalismo.
2.3. Juicio profético sobre el neoliberalismo
Digamos lo mismo con palabras menos sistemáticas y más proféticas, de Pedro Casaldáliga:
«El neoliberalismo continúa siendo el capitalismo, el capitalismo transnacional llevado al extremo. El mundo convertido en mercado al servicio del capital hecho dios y razón de ser.
El neoliberalismo implica la desresponsabilizazión del Estado, que debería ser el agente representativo de la colectividad nacional y agente de servicios públicos.
El des responsabilizar al Estado, de hecho se desresponsabiliza la sociedad. Deja de existir la sociedad y pasa a prevalecer lo privado, la competencia de los intereses privados.
La privatización no deja de ser el extremo de la propiedad privada que, de privada, pasa a ser privativa, y de privativa pasa a ser privadora de la vida de los otros y de las mayorías. La privatización es la privilegiación de una minoría que, ésa sí, merece vivir y vivir bien... Es doctrina de los teólogos del neoliberalismo: el 15% de la humanidad tiene derecho a vivir y a vivir bien; el resto es el resto... Al contrario de lo que dice la biblia, de que es el resto de Israel, resto de pobres, quien debe abrir caminos de vida y de esperanza para las mayorías.
El neoliberalismo es la marginación fría de la mayoría sobrante. O sea, salimos de la dominación hacia la exclusión. Estamos viviendo un «maltusianismo» social, que prohibe la vida de las mayorías.
El neoliberalismo es también la negación de la utopía y de toda posible alternativa. Es conocida la expresión de Fukuyama: el fin de la historia, el no va más de la historia.
En América Latina salimos de las dictaduras para caer en las «democraduras». Es bueno recordar la palabra lúcida de González Faus: así como el colectivismo dictatorial es la degeneración de la colectividad y la negación de la persona, el individualismo neoliberal es la degeneración de la persona y la negación de la comunidad.
Como Iglesia, como cristianos, delante de esta bestia fiera del neoliberalismo, es necesario que proclamemos y promovamos el servicio del Dios de la Vida.
Hoy, más que nunca, la Teología de la Liberación, la Pastoral de la Liberación y la Espiritualidad de la Liberación, proclaman, afirman y celebran y practican el Dios de la Vida. Se trata también de promover la responsabilidad y la corresponsabilidad de las personas y de las instituciones sociales y de la propia Iglesia, a todos los niveles. El mandamiento de Jesús vivido en la vida diaria, política e institucionalizada. La opción por los pobres, muy definida por las mayorías. Jesús mismo la formula diciendo: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10).
El neoliberalismo causa más muertes que las dictaduras militares»
Por eso, Casaldáliga lamenta que «la Iglesia en el mundo entero no grite en forma unánime y contundente en contra del neoliberalismo»41 .
Y con la CNBB diremos: «La sociedad del capitalismo neoliberal promueve el materialismo, el consumismo, el individualismo, la competitividad. Con eso facilita la alienación y la corrupción en detrimento de la cooperación, del espíritu comunitario, de la solidaridad y del bien común. Sin alternativas viables, el capitalismo neoliberal impone su manea de pensar y actuar y genera en las personas la idea de que esa cultura es la única forma de vivir en este mundo»42 .
3. Seguir a Jesús bajo el proyecto neoliberal [Actuar]
3.0. Aclaración sobre el «seguimiento de Jesús»
En lo que sigue, vamos a hablar de «seguimiento de Jesús» en un sentido teológico o teologal más que canónico o institucional: seguir a Jesús es para nosotros «vivir y luchar por su Causa», y nos referimos expresamente al seguimiento «con radicalidad». Esta es la esencia teórica y la utopía de la «vida religiosa» (VR), pero lo es también del simple ser cristiano. Todo cristiano está llamado a «seguir a Jesús» y a hacerlo con «radicalidad», aunque no todos tengan que concretarlo en las formas institucionales canónicas de la «vida religiosa» reconocida como tal. No hay pues una identificación automática entre seguimiento de Jesús y VR. En ésta, «ni están todos los que son (todos los que siguen a Jesús), ni son todos los que están» (lamentablemente).
Por eso, lo que aquí vamos a decir se refiere a todo cristiano que quiera ser coherente con su vocación de seguimiento de Jesús y vivirlo «en radicalidad»; y por supuesto, se debe aplicar, a fortiori, a los religiosos, que dicen hacer profesión pública de ese seguimiento.
3.1. Seguir a Jesús en radicalidad
Vamos a proceder en nuestra reflexión en este punto muy gradualmente.
No nos queremos referir a ese «seguimiento de Jesús» como concepto etéreo, teologizado que no significa nada concreto y acaba situándose fuera de la historia. Nos referimos a un seguimiento real, concreto, histórico43 . Seguir a Jesús es «hacer lo que él hizo»44 , perseguir la lucha por su Causa, proseguir su camino, habérselas ante la historia como se las hubo él, entrar en comunión de destino con él y -muy probablemente- cargar con consecuencias semejantes a las que le acarreó a él.
Seguir a Jesús exige entrar en la historia y tomar una actitud frente a la misma. Él fue una «persona con Causa», que se situó en la historia y se comprometio en ella, y que nos reveló que «tener Causa y luchar por ella» forma parte del ser humano porque también es una nota del ser de Dios45 . No tenemos otro camino para seguir a Jesús que el mismo que él recorrió: esta tierra y esta historia.
Seguir a Jesús, en el sentido fuerte de la expresión, exige tener una lectura histórico-escatológica de la realidad, como la suya. Una lectura cultualista del cristianismo, moralista, jurídica, idealista, intelectualista, eclesiocéntrica, sacralizada, espiritualista... no permite -en nuestra opinión- un seguimiento auténtico de Jesús, porque Jesús nunca fue por esos caminos; más aún, expresamente los rechazó, aunque con el transcurso de los siglos el cristianismo haya llegado a caer en las cosas a las que Jesús más se opuso en su vida46 ; pero hay que rescatar al Jesús real y hablar con veracidad de su seguimiento.
La Causa de Jesús -clave del seguimiento- es el Reino de Dios; y por eso, seguir a Jesús es empeñarse a vida o muerte (como él) por la Causa del Reino, que no es «otro» mundo, ni la Iglesia, ni es cielo, ni la salvación de las almas. Todos los que ponen (consciente o inconfesadamente) la Causa de su vida en otro mundo, en el cielo, en la salvación de las almas, o en la Iglesia, no están siguiendo auténticamente a Jesús, aunque puedan estar haciendo cosas muy loables o meritorias; Jesús nunca fue por esos caminos.
Jesús presentó el Reino como la utopía revelada por Dios para su construcción en la historia, y se entregó totalmente a esta Causa. Sólo sigue a Jesús quien concibe la vida como un don de sí mismo a Dios y al mundo en la tarea de tratar de acercar mutuamente la historia y el Reino. Seguir a Jesús y luchar por el Reino son equivalentes en este sentido.
Hacer esto «con radicalidad» es comprometerse en esa lucha existencial también con radicalidad: dando de un modo efectivo una primacía absoluta47 al Reino, poniéndolo realmente por encima de todo: por encima de los intereses personales, sociales, corporativos, eclesiásticos...
La Causa de Jesús, el Reino, es «Vida, Verdad, Justicia, Paz, Gracia, Amor» en este mismo mundo antes y después de la muerte. El Reino permanece siempre en una dimensión utópica, siempre inalcanzable, pero siempre generadora de dinamismos históricos, en su dirección. Por eso, si bien nunca será alcanzado y siempre juzgará la situación concreta de cada momento histórico, hay etapas de la historia en los que brilla con especial nitidez como denuncia al confrontarse con estructuraciones concretas de este mundo contrarias al Reino.
La hora actual, marcada «bajo el imperio neoliberal», con todo lo que el juicio ético-teológico y moral puede decir de ella48 , es uno de esos momentos. No es posible seguir a Jesús, luchar por su Causa y no sentirse enfrentado a una configuración del mundo que niega radical y estructuralmente la utopía de Dios para los humanos.
3.2. Seguir a Jesús en radicalidad bajo el imperio neoliberal
Reconociendo en primer lugar la diversidad de carismas, vocaciones y espiritualidades, y por tanto que no todos los cristianos deban afrontar proféticamente al neoliberalismo en la misma forma y con la misma intensidad, se puede afirmar sin embargo que, partiendo de los planteamientos del seguimiento de Jesús que acabamos de establecer, no es posible que un cristiano que quiera seguir a Jesús en radicalidad deje de afrontar proféticamente el proyecto neoliberal actual, en cuanto que es reconocidamente la causa estructural mayor de la grave situación que anteriormente hemos descrito y calificado como «éticamente injusta y religiosamente pecaminosa».
Pretender seguir a Jesús en esta hora y este contexto mundial sin decir ni hacer nada para superar y transformar la actual situación sería -cuando menos- una incoherencia o una falta de radicalidad. Sabiendo que las raíces («radicalidad») del mal están tanto en el corazón del ser humano como en las estructuras sociales de pecado49 , una vivencia cristiana que no integre en sus planteamientos su denuncia y superación sería por lo menos una vivencia mutilada del evangelio, y nunca podría ser propuesta como un modelo de seguimiento de Jesús en radicalidad.
Esta tesis no necesita mayor justificación teológica que la ya dada: simplemente vamos a desglosarla en unos principios mayores:
Concretamente, en esta hora del «imperio neoliberal», un seguidor -persona individual o comunidad- de Jesús que lo quiera ser en radicalidad debe:
-centrar su espiritualidad y concentrarse personalmente más y más en el Reino. Se trata de vivir un reinocentrismo50 real, superando y rechazando el eclesiocentrismo u otros varios «centrismos» que ponen de hecho lo absoluto de la vida cristiana en algo distinto del Reino. Se trata de volver al corazón del mensaje de Jesús, leído desde nuestro 3M: la justicia y el amor en la historia hacia su transcendencia. Toda dimensión eclesial o eclesiástica o ascética o cúltica o evangelizadora, deberá ser leída desde esta óptica central y radical del Reino.
-ello nos llevará afrontar el «drama mayor de nuestro tiempo», sobre todo en América Latina, el continente de mayores desigualdades. No estamos diciendo que ésta sea la única perspectiva, pues «no sólo de pan vive el hombre», ni lo socioeconómico es la única dimensión de la vida; ni tampoco afirmamos que sea la principal tarea para todas las vocaciones y carismas; pero sí afirmamos que, en fuerza misma de las palabras de Jesús que constituye a las víctimas de este sistema en nuestros jueces escatológicos (Mt 25, 31ss), todos los cristianos hemos de sentirnos interpelados por este «drama mayor» y constituirlo en objeto de nuestro compromiso humano y cristiano.
-deberemos ir a las raíces (radicalidad) tanto personales (el egoísmo individual es precisamente el fuste mayor de la filosofía neoliberal) como estructurales sistémicas (lo sociopolítico como ámbito de la macrocaridad), fieles a nuestra identidad espiritualidad latinoamericana: santidad política51 , contemplación en la liberación52... siguiendo a Jesús «que quita el pecado del mundo».
-deberemos superar toda actitud de posmodernismo como tentación de la hora cultural y psicológica que vivimos53 . El cristiano no puede ser posmoderno en el sentido fuerte de la palabra54 .
-no olvidar que el Reino, siendo siempre lo central, no es unidimensional, sino omnienglobante: la justicia se combina con la misericordia, lo racional con lo simbólico, la cruz con la pascua, la lucha con la fiesta.
Complementariamente podríamos señalar algunos otros aspectos:
- Aceptar con sabiduría la pluralidad de situaciones sociales, eclesiales, psicológicas, culturales... Discernir la «hora psicológica y espiritual» en que está el pueblo al que desea servir. En un lugar habrá que reducirse a una atención sencilla y preevangelizadora ante una religiosidad popular muy primitiva; en otro habrá que empezar de nuevo una trabajo de concientización sociocrítica (a la vista del gran retroceso general); o quizá en algún lugar haya que limitarse a una presencia testimonial a la espera paciente de que pase esta hora difícil_ Todas pueden ser formas válidas de seguimiento radical.
- Aceptar igualmente la apertura a otras lógicas y otras perspectivas que la de la justicia y de la transformación estructural histórica. Abrirse a todas las dimensiones y conjugarlas sabiamente. «La solidaridad con los pobres no es sólo solidaridad con sus ansias de justicia y de liberación de la pobreza, sino también con sus culturas y aspiraciones utópicas, con su religiosidad»55 .
- Combinar lo local y lo mundial, la visión de conjunto y lo particular, la conversión personal y la transformación estructural56 .Hasta ahora, la máxima que ya se había hecho clásica, afirmaba: «piensa mundialmente y actúa localmente». En un mundo en el que la mundialización ha alcanzado ya prácticamente todos los rincones del planeta, hay que reformularla: «piensa mundialmente y, actúa local-y-mundialmente». Ya no se puede pensar que la actuación de cara a lo mundial esté reservada a unos pocos especialmente capacitados. En la medida en que el neoliberalismo es, de hecho, ya un sistema mundializado, sin contrincante, en la medida en que asumanos nuestra responsabilidad como «ciudadanos del mundo», no tendremos derecho a no actuar en lo mundial. Con esto no nos referimos a una acción que haya de ser necesariamenete sociopolítica o económica de transformación estructural, pero sí a que esta dimensión esté presente en nuestro trabajo local y en un compromiso efectivo de cara a lo mundial.
- Si «nuestro compromiso sociopolítico forma parte de nuestro seguimiento de Jesús» (Puebla), nuestro compromiso por renovar y cambiar el mundo teniendo en cuenta su perspectiva más amplia (mundialización) forma parte de nuestro seguimiento. Si esa mundialización hoy ha cristalizado en el sistema neoliberal como «el sistema del mundo», y si además ese sistema concreta hoy «el pecado del mundo» en su dimensión estructural, también nuestro compromiso sociopolítico de perspectiva mundializada forma parte necesariamente de nuestro seguimiento de Jesús, «el que quita el pecado del mundo». No hay justificación para mutilar de nuestro seguimiento ese compromiso.
- No ser «menos astutos que los hijos de las tinieblas»: saber articularnos mundialmente aprovechando las ventajas que -a pesar de nuestra escasez y pobreza de medios- nos permite la revolución actual de las comunicaciones.
- En una época en que las condiciones de vida o de muerte de los pobres no sólo no se han aliviado sino que se han agravado, urge la defensa, renovación y desarrollo de la teología y la espiritualidad de la liberación radicalizándonos en la opción por los pobres, con más profetismo que nunca, y toda la sabiduría necesaria para discernir la nueva sensibilidad de un tiempo muy distinto al de las décadas pasadas. En este tiempo de un nuevo «imperio», neoliberal ahora, debemos recoger la herencia histórica de los profetas latinoamericanos que defendieron al indígena y al negro frente al sistema colonizador y esclavizador. Como estos profetas, es lógico que compartamos la persecución social y la incomprensión eclesial.
- Asumir el ministerio teológico-profético tan urgente en esta hora de depresión social y de eclipse de las esperanzas del pueblo para reinterpretar esta hora, abrir perspectivas, iluminar salidas en el nuevo paradigma de liberación, mantener la resistencia del pueblo ante la exclusión del sistema, dar la voz a los sin voz, esperanza a los sin esperanza, seguridad a los dubitativos y ser una denuncia permanente de la maldad del sistema... La fe cristiana ejercerá así un papel terapéutico frente en esta hora de depresión57 .
- Acompañamiento del pueblo en su lucha por la sobrevivencia, en la organización de acciones y proyectos de resitencia, que si bien no son una alternativa al sistema, sí son una estrategia. Ayudar al pueblo a superar las tentaciones propias de esta situación angustiosa (individualismo, pérdida de utopías...). Compartir con él la oscuridad de la hora, la perplejidad como forma de esperanza, la resistencia como forma de fidelidad, la convicción de que la luz del día llegará; aceptar la conflictividad con el sistema y dentro de la Iglesia, no claudicar por cansancio en el irenismo.
- Vivir todos estos campos con radicalidad, pretendiendo ser un acercamiento eficaz del Reino -más que simplemente una «parábola»-, y con sabiduría: sabiendo superar las contradicciones eclesiásticas que inevitablemente se producirán de forma que sin disminuir nuestra fidelidad, logremos revertirlas positivamente para el crecimiento eclesial.
- A varias décadas de distancia, vuelven a resonar las palabras de Hugo Assman como un desafío permanete en un contexto todavía más agudo que el de entonces: "Si los 50 millones de muertos anuales de hambre y desnutrición no se convierten en el punto de partida de la teología, habrá que salvarla de su cinismo".
3.3. Apéndice desde una «teología narrativa».
No es la primera vez que los cristianos -o el mismo pueblo de Israel- estamos «bajo un imperio». El neoliberalismo, aun siendo tan peculiar, no es «estructuralmente» nuevo. Podemos ver nuestra propia problemática en anteriores páginas históricas, incluso bíblicas. Esta vez, pasándonos a un registro de «teología narrativa», vamos a limitarnos a una página muy nuestra aunque menos conocida59 , la del mercantilismo esclavista que durante tres siglos "deportó" hasta nuestro continente, arrancándolos de la Madre Africa, a 20 millones de esclavos negros60 . ¿Qué hicieron los religiosos de entonces, "bajo aquel imperio" esclavista? Sin duda, podremos aprender en cabeza ajena61.
Durante tres siglos, el famoso «triángulo negrero» constituyó la estructura básica de la economía internacional. El mercantilismo esclavista fue la base de la economía mundial. La esclavitud, en aquel momento, parecía natural, incuestionable. Oponerse a ella significaba cuestionar los fundamentos mismos de la sociedad occidental: una denuncia absurda, una utopía loca, una subversión intolerable.
En aquellos siglos los ingenios azucareros constituyeron la base de la producción económica americana. «Sin esclavos no hay azúcar, y sin azúcar no hay Brasil», se decía. En los ingenios había esclavos por millares. Sus dueños estaban muy interesados en tener capellanes que impartieran a los esclavos su catequesis dominical. ¿Por qué?
Es fácil de suponer: ¿qué predicaban los capellanes en los ingenios? El P. Antonio Vieira, famoso misionero jesuita en Brasil, de quien se conservan sus famosos «Sermões», les predicaba: «No hay trabajo ni género de vida en el mundo más parecido a la cruz y a la pasión de Cristo que el vuestro en uno de esos ingenios azucareros. Bienaventurados vosotros si llegáis a conocer la fortuna de vuestro estado. En un ingenio sois imitadores de Cristo crucificado, porque padecéis de modo muy semejante al que el mismo Señor Jesús padeció. Hierros, prisiones, azotes, insultos_ de todo eso se compone vuestra imitación, que, si va acompañada de paciencia, también tendrá su merecimiento de martirio. Cuando sirváis a vuestros señores no sirváis como quien sirve a hombres, sino como quien sirve a Dios_».
En aquella predicación -común por lo demás en la mentalidad de la época- no se enseñaba a los esclavos virtudes como la fraternidad y la igualdad de los humanos, la lucha por la justicia y por la libertad, ni la unión, la fe, la rebeldía y la esperanza. La predicación decía que las mayores virtudes del cristiano (quizá paralelamente a las que cultivaban los religiosos) eran la obediencia, la humildad, la paciencia, la resignación, la sumisión a la voluntad de Dios.
La predicación decía a los esclavos que debían sentirse felices de ser esclavos, pues de no haberlo sido no hubieran podido salvarse. De hecho la predicación hacía que los esclavos creyesen que había sido la providencia de Dios la que los llevó a la esclavitud, para que así pudieran ganar la vida eterna.
La esclavitud no aparecía como un mal, sino como un medio de atraer a los paganos a la sociedad cristiana, que era la de los blancos. Esta finalidad tan sagrada justificaba los medios.
Por eso los dueños de los esclavos querían que no faltase la presencia de un capellán en los ingenios.
Cuántos religiosos, celosos apóstoles, con la mejor de las buenas voluntades, cayeron en la trampa del sistema. Estuvieron predicando, en nombre de Jesús, sin saberlo, algo a lo que él se opuso radicalmente en su vida: la resignación ante la injusticia, la bienaventuranza de la esclavitud, la explotación del hombre por el hombre, el despojar de esperanza a los pobres. Estuvieron haciendo el juego a las fuerzas antiReino, contra la Causa de Jesús. ¿Estuvieron «siguiendo a Jesús» realmente?
Muchos obispos, sacerdotes, conventos, monasterios, colegios_ fueron ellos mismos propietarios de esclavos. En los mismos territorios de la Verapaz (Guatemala) que recorriera con aquel fervor evangelizador utópico Bartolomé de Las Casas, sólo dos generaciones después los mismos dominicos habrían instalado grandes conventos con inmensos territorios cuyo cultivo azucarero era sacado adelante a base de esclavos negros. Por parte de los jesuitas es sabido cómo sus colegios de Brasil tenían cientos de esclavos, y cómo el superior provincial de Angola, cuando tenía alguna deuda que pagar a la provincia jesuita de Brasil, la pagaba «en especie», con esclavos negros; y él mismo tenía un barco negrero. Y lo que decimos de dominicos y jesuitas -tan proféticos y liberadores en otros aspectos- se podría decir de otras muchas congregaciones, personajes y entidades eclesiásticos.
¿Pero es que no hubo profetas que contrarrestaran la oscuridad de esta página histórica? Respecto a los indígenas tenemos decenas, o cientos de figuras proféticas, que aun siendo la excepción a la regla, no dejan de ser una gloriosa legión. Respecto a los negros parece que podemos contar esos profetas con los dedos de la mano. Ni el mismísimo san Pedro Claver dijo una palabra contra la esclavitud62 .
Fue un gran santo, se desvivió por los negros, se entregó heroicamente a su asistencia... pero no se atrevió o no fue capaz de cuestionar la esclavitud. Sólo Miguel García, Gonzalo de Leite, Efipanio de Moirans y mi paisano Fray Francisco José de Jaca se salvaron de ese oprobioso silencio eclesial. Sobran dedos de la mano. A los cuatro les fue mal: incomprendidos, desterrados, perseguidos, apresados y alguno de ellos muerto de mala muerte.
Respecto al esclavismo occidental, la vida religiosa, y la Iglesia como conjunto, fallaron. No condenaron un sistema tan inhumano y anticristiano. Más aún: con su silencio, con su presencia, con su asistencia, con su predicación, lo legitimaron. Estuvieron haciendo «en nombre de Jesús» lo contrario de lo que él hubiera hecho63 , lo contrario de lo que él hizo en su vida (Lc 4, 16ss).
Una desafortunada frase del Documento de Consulta para Santo Domingo nos da una pista: «nunca entonces enfrentó la Iglesia la negación total de la esclavitud negra. Posiblemente, la Iglesia, en un momento de decadencia, no podía retar a todas las potencias de Occidente»64 . Evidentemente, la Iglesia podía, con la fuerza del Espíritu. Pero no lo hizo. No se atrevió a desafiar el sistema esclavista, con lo que lo legitimó. «No se atrevió a retar a todas las potencias de Occidente». La legión multitudinaria de religiosos de aquellos tres siglos tampoco se atrevió, a pesar de que entonces se consideraban «estado de perfección» cristiana.
Hoy estamos también ante un sistema económico injusto tan metido dentro de la lógica de nuestro mundo, que oponerse a él aparece a muchos como la negación de algo evidente y natural, exactamente como hace tres siglos ocurría con la negación del esclavismo. «Hoy ya no existe el ídolo del emperador romano, encuyos altares se derramó la sangre de los primeros cristianos, pero sí existe, agigantado y omnipresente, el ídolosecularizado de la economía de mercado, en cuyos altares se sacrifica ciega y frenéticamente la vida y la dignidad de millones de seres humanos, legitimando yel derramamiento abundante de la primera y de la segunda sangre: la de los oprimidos insurrectos y la de quienes con ellos se solidarizan»65 .
Como en los tres siglos de esclavismo negro, tampoco faltan en la Iglesia muchos religiosos admirablemente dedicados a la asistencia de los pobres, como san Pedro Claver. ¿Pero hay suficientes religiosos capaces de denunciar el sistema como tal, como Fray José de Jaca?
Muchos religiosos reproducen en su vida la contradicción misma que vive la Iglesia: por una parte, se considera abogada de los pobres, como en aquel tiempo se consideraba abogada de los esclavos; por otra justifica y bendice el sistema, situándose más cerca que nunca del capitalismo.
Cuando la historia avance quizá otros 500 años y se vea ya con claridad que el sistema neoliberal que se impuso a finales del siglo XX no era menos injusto y perverso que el esclavismo negrero, ¿será posible que en algún documento eclesiástico puedan también decir: «nunca entonces (al final del siglo XX) enfrentó la Iglesia la negación total del capitalismo y del neoliberalismo. Posiblemente, la Iglesia, en un momento de debilidad eclesiástica y de euforia neoliberal, no podía retar a todas las potencias de Occidente»?
¿Y qué dirán de los religiosos de esta hora final del siglo XX? El discernimiento y la opción que tuvieron que hacer los religiosos defensores de los indígenas y los pocos denunciadores de la esclavitud no fue fácil. No era «evidente» la injusticia que se estaba cometiendo con los indígenas y los negros. La opinión común, el peso de la autoridad civil y religiosa, la praxis misma de las instituciones eclesiásticas, la inercia de las cosas... inclinaban a pensar que la encomienda, la mita, la esclavitud y el proceso general de la conquista eran algo «natural», y hasta avalado por la teología y por el magisterio pontificio. Era más fácil no ser «radical», no ser intolerante, no salirse de la opinión común.
El superior provincial de los dominicos de La Española les ordenó «por obediencia» cesar en aquellas actitudes proféticas. Tenían pues los religiosos argumentos fáciles para tranquilizar su conciencia y «reconciliarse» con el sistema. Pero prefirieron obedecer en conciencia a su intuición profética. Otros muchos estuvieron comprometidos con el sistema: conventos con indios encomendados, propietarios de esclavos negros, con latifundios y grandes riquezas, en inmejorables relaciones con los poderosos. Pero Jesús dijo: «o conmigo o contra mí». Los que no fueron proféticos fueron conniventes.
Una vida religiosa que no haga suyo el grito de muerte de los pobres, y no denuncie el sistema que los crea, no tiene sentido hoy en nuestro continente oprimido por el neoliberalismo.
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