viernes, 19 de septiembre de 2008

El desafìo de la biodiversidad

16-09-2008



Reseña del libro Los monocultivos de la mente. Perspectivas sobre la biodiversidad y la biotecnología de Vandana Shiva,
El desafío de conservar la biodiversidad


Salvador López Arnal
El Viejo Topo






Vandana Shiva, Los monocultivos de la mente. Perspectivas sobre la biodiversidad y la biotecnología.


Fineo editorial, Monterrey (México), 2008. Traducción de Ana Elena Guyer.245 páginas



Acaso no sea inadecuado iniciar esta reseña dando cuenta de cuatro historias directamente relacionadas con las tesis defendidas en este ensayo de la física teórica, filósofa de la ciencia y fundadora de Navdaya, un movimiento de mujeres a favor de la diversidad y la integridad de los medios de vida, amén de directora de la Fundación de Investigaciones para políticas de Ciencia, Tecnología y Recursos Naturales de la India, Vandana Shiva

La primera habla de la soja y apunta críticamente a publicidades engañosas y a desinformaciones básicas. Los chinos de antaño consideraban a la soja como un tesoro nacional, no como un alimento. De hecho, la consideraban incomible: sabían que la ingestión de soja hacía enfermar de diferentes maneras, y que era casi imposible de digerir produciendo aventamiento intestinal Sabemos hoy que la soja está repleta de antitripsinas, moléculas que no permiten la digestión más elemental de la proteína en la dieta, y de ácido fítico, un ácido que interfiere con la absorción de los minerales esenciales del alimento. Ambas substancias son consideradas por ello antinutrientes. ¿De dónde entonces el aprecio por la soja? Los chinos habían descubierto que sus raíces capturaban nutrientes del aire, fijaban el nitrógeno, que usaban como "estiércol verde" para enriquecer la tierra (el símbolo escrito chino para referirse a la soja es una raíz). Hasta que descubrieron que la fermentación prolongada podía neutralizar la mayoría de sus potentes toxinas, no lo comenzaron a usar como el condimento chiang. El natto aparece en 1.000 a.n.e. y el tempeh en los mil seiscientos años siguientes. Poco de ello se cuenta en las historias occidentales sobre el papel de la soja en la cultura china. La publicidad y el consumo no permiten límites epistémicos, no admite el matiz y la diversidad.

La segunda historia apunta a la justicia histórica. Boaventura de Sousa Santos –“Bifurcación en la Justicia”- señalaba recientemente que desde hace veinte años soplaba en el continente americano un viento favorable a la justicia histórica. Desde la primera Nicaragua sandinista, a mediados de los años ochenta del siglo pasado, hasta la discusión de la nueva Constitución de Ecuador, habían venido consolidándose las siguientes ideas: 1. La unidad del país se refuerza cuando se reconoce la diversidad de culturas de los pueblos y naciones que lo constituyen. 2. Los pueblos indígenas nunca fueron separatistas. En las guerras fronterizas del siglo XIX dieron pruebas de un patriotismo que la historia oficial nunca dio muestras de reconocer. De hecho, sabido es, quien amenaza la integridad nacional –Bolivia es el ejemplo que todos tenemos en mente en estos momentos trágicos- no son los pueblos indígenas: son las empresas transnacionales, con su sed insaciable de acceso incontrolado a los recursos naturales, y las oligarquías respectivas, (con ayudas y direcciones imperiales, cuando pierden el control del gobierno central. 3. Dado el peso de ese pasado -la formulación de De Sousa es magnífica- “no es posible, por lo menos por algún tiempo, reconocer la igualdad de las diferencias (interculturalidad) sin reconocer a un tiempo la diferencia de las igualdades (reconocimientos territoriales y acciones afirmativas)”. 4. No es por casualidad que el 75% de la biodiversidad del planeta, y esto enlaza nuevamente con las tesis de Shiva, se encuentre en territorios indígenas o de afrodescendientes. ¿Por qué?

La relación de estos pueblos con la naturaleza permitió crear formas de sostenibilidad que hoy se consideran decisivas para la supervivencia del planeta. La preservación de estas formas de manejo del territorio trasciende hoy el interés de esos pueblos. Interesa al país en su conjunto y a todo el mundo. Por la misma razón, el reconocimiento de los territorios tiene que hacerse de manera continuada, ya que de otro modo desaparecen las reservas y, con ellas, la identidad cultural de los indígenas y la propia biodiversidad.

La tercera historia versa sobre las relaciones entre la tecnología y el poder y está en el haber de Enrique Martínez, el que fuera presidente del Instituto Nacional de Tecnología de Argentina. Desconozco si sigue siéndolo. La siembra sin un laboreo previo o mínimo ha sido pensada y practicada por agricultores, con variada base científica, desde hace muchísimos años con objetivos conservacionistas: puede reducir hasta eliminar la erosión, puede preservar los procesos naturales de nitrificación y formación de humus del suelo, ahorra energía, permite llevar adelante cultivos de manera armoniosa con el hábitat, “adaptándose a aquello que la naturaleza viene haciendo hace centenares de miles de años en superficies a escala humana y sin aplicación de grandes máquinas ni arsenales químicos”. De hecho, en la primera mitad del siglo XX, la labranza mínima era una de las banderas contra el uso de fertilizantes artificiales en gran escala.

Esta, la mirada tradicional, conservacionista si se quiere, ya era una mirada tecnológica, no era en absoluto una perspectiva antirracional o desinformada. Llegó otra. Una gran corporación americana advirtió que podía tomar a su favor el valor cultural –vale la pena remarcarlo: valor cultural- de la conservación del suelo, pero rediseñó por completo la otra idea, la noción de labranza cero. Para la tecnología "Monsanto" el suelo es sólo soporte para los cultivos, todo lo demás es externo: se aplica un herbicida total de contacto (que, inicialmente, cuando se lo diseñó eliminaba toda vegetación a la que alcanzara); se utiliza una semilla resistente a ese herbicida obtenida por transgénesis1; se aplican fertilizantes nitrogenados o fosfatados como para cubrir la totalidad de la demanda del cultivo. Falta solo el sol y la lluvia. Esta última se reemplaza por sistema de riego en gran escala.

El resultado tiene sólo algunos puntos en común con la tecnología tradicional: el herbicida total afecta la microfauna, las abejas y los pájaros, además de las personas, en los cada día más frecuentes casos de uso desaprensivo; el exceso de fertilizantes no procesados migra hacia los cauces de agua y los contamina con vegetación no deseada; aparecen plagas resistentes al cóctel químico que hace que las dosis se vayan incrementando.

Los rendimientos por hectárea aumentan, pero lo hacen casi como sucedería en un cultivo hidropónico, donde sin tierra se agregan todos los nutrientes necesarios. ¿Es éste el modelo que el mundo realmente necesita?

Existe otra derivada de la nueva tecnología, generalmente considerada la única tecnología que vale la pena considerar. Al reducirse la potencia necesaria por hectárea –no se mueve la tierra– se produce la paradoja que el tamaño de los equipos aumentó con el objetivo de trabajar superficies mucho mayores superficies que las tradicionales en igual tiempo. Con ese paquete" tecnológico -maquinaria, herbicidas, semillas modificadas para resistir al herbicida- se posibilitó que muy poca gente trabaje grandes extensiones; el empleo productivo disminuye, su costo también.

En cambio, el costo y la dependencia con respecto a este paquete tecnológico, patentado y controlado de modo concentrado por grandes corporaciones, aumentó. El efecto inmediato fue el gran aumento del capital necesario para ser contratista de labranza y la posibilidad de que grandes capitales financieros accedieran a cultivar la tierra, ocupando a esos contratistas y arrendando predios. Cultivar es un decir: accedieron a hacer negocios con la tierra, de forma tal que los inversores normalmente no saben ni en qué provincias están los campos que se siembran. Como sucede en cualquier "fondo de inversión", los dueños del capital (en muchos casos pequeños ahorristas, jubilados), quedan completamente desvinculados e ignorantes de la aplicación productiva de sus dineros; sólo deben preocuparse por la seguridad de su inversión y la maximización de su renta.

El efecto en cascada es conocido: la compra de insumos y la comercialización centralizadas de los productos finales quebró el tejido comercial e industrial de cada pueblo, amplificando el efecto negativo de la menor ocupación directa sobre la tierra. Aquí la diversidad de métodos y propiedades es arrancada de raíz en base a una concepción de la tecnología conducida únicamente hacia la productividad inmediata.

Un último ejemplo. Lo recordaba Gustavo Duch Guillot, presidente de Veterinarios sin fronteras. En las riberas de los ríos se emplazaron los primeros asentamientos humanos. Junto a las aguas frías y nítidas de ríos de montaña o junto a las aguas calmadas y de color marrón de ríos de selva han crecido numerosas comunidades sabiéndose cercanas al agua potable y a variados alimentos. En las selvas amazónicas los ríos proporcionan agua para una agricultura diversificada –de nuevo la biodiversidad- que garantizaba todo lo que necesitaban las familias: árboles frutales y maderables, cacao, maíz, frijoles, yuca, La pesca sumaba las proteínas a su dieta con decenas de variedades de peces con nombres que recuerdan el origen de las cosas: pirarucú, tucunaré, jaraquí, tambaquí. En los márgenes de los ríos se pueden recolectar plantas medicinales para prevenir infecciones de útero o para aliviar la tos.

Los cursos fluviales han sido territorios de biodiversidad garantes de la soberanía alimentaria. Están amenazados.

Cuando se hiere a un río se matan a muchos seres humanos. Las industrias extractivas y mineras y las fumigaciones de los monocultivos contaminan los ríos, que son las aguas que beberán las familias. La expansión de los cultivos de exportación, como la soja y los nuevos agrocombustibles, lleva consigo la tala de la masa forestal hasta los mismos márgenes de los ríos, eliminando la protección natural que ofrecían frente a las crecidas de las aguas. Pueblos enteros se los llevan las aguas sin esa protección. Todas estas consecuencias afectan a miles de familias indígenas, a poblaciones rurales marginadas, hijas y hermanas del río, y se verán multiplicadas con la próxima construcción de una hidrovía de 4.200 km sobre el río Madera, afluente del Amazonas, con cuatro represas hidroeléctricas con exclusas para la navegación, dos situadas en Brasil, la tercera en aguas binacionales y una cuarta en Bolivia. Las represas provocarán la inundación de las tierras de cultivo provocando la expulsión de las comunidades campesinas e indígenas ribereñas, la pérdida de fauna acuática, así como el aumento de enfermedades infecciosas.

Estos resultados, nunca contemplados, deberían sumarse a la casilla del debe en las cuentas finales del Banco de Santander. Este gran banco financia -es parte de la Iniciativa para la Integración de infraestructura de América del Sur- las obras de la primera represa, la de San Antonio en Brasil, previstas para agosto de 2008.

Pues bien, en esta misma senda, este ensayo de Vandana Shiva “sobre las causas de la desaparición [de la biodiversidad] y el desafío de conservarla” es recomendable por multitud de razones. Apuntaré algunas de ellas.

Shiva nunca olvida en sus análisis la importancia de las resistencias ciudadanas ante los atropellos de gobiernos y corporaciones. La entrega, por inútil e incluso por inmoral, no está en su agenda. Un ejemplo. En las zonas semiáridas del estado de Karnataka un programa de silvicultura social del Banco Mundial promovía la destrucción de la diversidad agrícola del lugar y con ella la erosión del suelo y pérdida del agua, medios de vida y abastecimiento de biomasa para el uso local. En 1983, “el movimiento de agricultores Raitha Sangha empezó a arrancar árboles de eucaliptos de los viveros y a sustituirlos por diversas especies como mango, tamarindo y yaca” (p. 10).

Los ensayos agrupados en el segundo y tercer capítulos, en torno a diversidad biológica y biotecnología, argumentan por qué no debe llevarse por separado las negociaciones sobre diversidad biológica y biotecnológica. “Quienes consideran la diversidad biológica como simple materia prima hablan desde un punto de vista antinatural y racista, ya que conciben carentes de valor a la propia naturaleza y al trabajo de los pueblos del Tercer Mundo” (p. 12). La biodiversidad tiene una riqueza intrínseca, además de un gran valor de uso para las comunidades locales. Por lo demás, Shiva arguye sosegadamente sobre la biotecnología que podría “desatar problemas ecológicos peores de los que dice resolver”, sin olvidar una importante derivada política: cuando la diversidad biológica y sus productos provienen de países tercermundistas se ven como una herencia gratuita y común de la humanidad; cuando son ligeramente modificados en laboratorios del Norte, entonces “son considerados propiedad privada patentada”.

El cuarto ensayo incorporado es un alegato contra la noción distorsionada de la “obsolescencia de la diversidad biológica viviente, inherente al paradigma de los monocultivos, que va unida al monopolio del control de la diversidad biológica y nos pone en peligro de desastre imprevisibles” (p. 13). La diversidad como modo de pensar y de vivir, sostiene Shiva, es aquello que necesitamos para superar los empobrecidos monocultivos de la mente.

El quinto y último capítulo es una crítica al Convenio sobre Diversidad Biológica, el texto se reproduce al final del volumen (páginas 193 y siguientes), cuya aprobación definitiva se dio en Nairobi. Shiva señala en él varios importantes errores que pueden “hacer que el Convenio tenga efectos negativos sobre el Tercer Mundo” (p. 13).

Hay, además, complementos de interés (por ejemplo, la declaración de 1975 de un grupo de científicos, James D. Watson entre ellos, sobre los peligros biológicos potenciales de la recombinación de moléculas de ADN”) y Shiva, como buena científica, no sólo escribe y argumenta con precisión sino que da datos, construye cuadros y presenta esquemas que sintetizan sus posiciones. El cuadro de la página 143 presenta los vínculos entre la diversidad biológica y la biotecnológica que, señala reiteradamente la autora, deben ser visto desde otra perspectiva.

He dejado para el final el comentario del primer capítulo del ensayo, el que da título al volumen: “Los monocultivos de la mente”. Shiva pretende demostrar en él que los monocultivos aparecen primero en la mente para posteriormente filtrarse al suelo: “debido a que la mente forja modelos de producción que legitiman la decadencia de la diversidad, pero situándolos bajo el nombre del progreso, crecimiento o mejoramiento” (p. 11). En su opinión, los monocultivos se han desarrollado no porque incrementen la producción sino porque controlan más. Su expansión guarda mayor relación con la política y el poder que con el enriquecimiento y la mejora de los sistemas de producción biológica. La tesis de Shiva se extiende desde la revolución verde y la genética hasta las nuevas biotecnologías.

La argumentaciones presentadas recuerdan antiguas, y acaso inextinguibles, discusiones en torno a ideología, posición de clase y conocimiento científico pero es bueno recordar, sin que pretenda ser un argumento conclusivo ni una cita de autoridad indiscutida, que Shiva no ignora el terreno que pisa: es una física teórica, una destacada bióloga y, además, una reconocida y competente filósofa de la ciencia.

Daré algunos ejemplos de sus posiciones y razonamientos. Este por ejemplo de la página 15:

La desaparición del conocimiento local, en la interacción con el conocimiento occidental dominante, ocurre a varios niveles y en varias etapas. Primero, se hace desaparecer el conocimiento local simplemente no viéndolo, negando su existencia. Esto es muy fácil de hacer, con la mirada distante del sistema dominante globalizador, luego de que consideren universales los sistemas de conocimiento occidental. No obstante, el sistema dominante también es un conocimiento local, ya que tiene su base social en una cultura, una clase y un género determinado. No es universal en sentido epistemológico. Es simplemente la versión globalizada de una tradición muy local y pueblerina [la cursiva es mía]

No queda claro qué conocimiento consideraría Shiva epistémicamente universal. Sea como sea, para la autora no cabe aplicar la dicotomoía entre lo universal y lo local al caso de las tradiciones de conocimiento occidental y autóctono ya que “el occidental es una tradición que se difundió por el mundo a través de la colonización intelectual” (p. 16). Conocimiento y poder, pues; esa es nuevamente la cuestión.

No sólo eso. Según Shiva, la colonización no sólo es un adjetivo, semánticamente adecuado, de los sistemas económicos o políticos

Resultado de una cultura dominante y colonizadora, los sistemas de conocimiento moderno son ellos mismos colonizadores (p. 15)

La relación entre conocimiento y poder es inherente a sistema dominante (página 16):

Como marco conceptual , está asociado a un conjunto de valores basados en el poder que surgió con el auge del capitalismo. Genera desigualdades y dominación por la manera en que dicho conocimiento se genera y estructura; por la manera en que recibe la legitimidad extraída a los otros sistemas y por la manera en que dicho conocimiento transforma la naturaleza y la sociedad.

No sólo por la manera en que transforma naturaleza y sociedad o por la forma en que recibe su legitimidad, sino también, y en primer lugar, por la forma en que ese conocimiento “se genera y estructura”. No se habla, pues, de aspectos externos o de sus aplicaciones tecnológicas y productivas, sino de las propias teorías, del conocimiento en sí, de su génesis, de sus finalidades, de sus nociones y leyes.

Shiva, por lo demás, critica a R. Horton y a su distinción (sin duda, extendida hasta el punto de ser un lugar común gnoseológico) entre la abertura del conocimiento científico moderno y la cerrazón del conocimiento tradicional. Todo lo contrario en su opinión. Según la autora:

[…] la experiencia histórica de la cultura no occidental indica que son los sistemas occidentales de conocimiento los que se niegan a las alternativas (p. 18).

Vandana Shiva observa, no sin razones muy atendibles, que la etiqueta científico confiere a veces un carácter sagrado o una inmunidad social al sistema occidental, acaso sin distinguir, en mi opinión, ente el uso político de esa etiqueta y las pretensiones reales de las comunidades científicas (o destacadas partes de ellas) no extraviadas. Los sistemas más abiertos, paradójicamente, son los más cerrados al examen y la evaluación. ¿Cómo?

Elevándose a sí mismo por encima de la sociedad y otros sistemas de conocimiento, excluyendo simultáneamente otros sistemas del ámbito del conocimiento fiable y sistemático, el sistema dominante crea su monopolio (p. 18).

De este modo, la ciencia occidental no debe evaluarse sino que debe simplemente aceptarse subraya críticamente Shiva acaso sin matizar adecuadamente, con algún cuantificador no universal, la atalaya que pretende criticar

Un esquema sobre el conocimiento que Shiva llama dominante y la desaparición de alternativas puede verse en la página 20. Un ejemplo de lo criticado por la autora sería el siguiente:

1. En el sistema científico, que Shiva significativamente entrecomilla, que separa la silvicultura de la agricultura y reduce aquella al abastecimiento de madera, la alimentación ya no es una categoría relacionada con la silvicultura.

2. El espacio cognoscitivo que relaciona la silvicultura con la producción de alimentos ya sea directamente o mediante los vínculos de la fertilidad, queda eliminado con la anterior división.

3. De esta forma, los sistemas de conocimiento, que surgieron de la capacidad que tienen los bosques de proporcionar alimentos, quedaron ocultos y liego fueron destruidos tanto por a negligencia como por la agresión.

Ergo: el ocultamiento de otros conocimientos es una consecuencia de la dominancia de un conocimiento que se presenta como el único saber racionalmente admisible.

Es posible, eso sí, que en algunas consideraciones la información de Vandana Shiva no sea de primera mano ni esté totalmente actualizada. Así, en su lectura de las tesis de Kuhn (p. 17), en su reflexión sobre conceptos teóricos y conceptos observacionales (p. 17) y, especialmente, en una curiosa afirmación sobre el método científico:

Según un método científico abstracto, se cree que los científicos hacen afirmaciones que corresponden a realidades de un mundo directamente observable.

No parece que sea el caso ni creo que haya sido nunca el caso. Sea como sea, las aristas críticas de Shiva a la ciencia y las filosofías de la ciencia anexa merecen atención, estudio y reflexión y no permiten un pasar página con una mera y prepotente nota al margen: “escrito por una diletante desinformada”.

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