Juan Ignacio Padilla. Co Fundador del Movimiento Nacional Sinarquista. Texto Original 1948.
EL PORFIRIATO
“ Entre tanto, los capitalistas, que lo
eran los hacendados en el México anterior a la Revolución, llevaban adelante su
explotación a gran escala, que nadie pudiera coartarles sus libertades
consagradas por el liberalismo. Salario
hasta de $0.14 por jornadas de sol a sol, tiendas de raya, servidumbre
esclavizante: El peón pertenecía a su amo con lo poco que poseía: vida,
músculo, mujer, hijas e hijos. Y no es por desgracia un mero cuento el “derecho
de la primera noche” que algunos amos se arrogaban sobre las doncellas el día
de sus desposorios.
Era la iniquidad al margen de todo
derecho: LA INJUSTICIA CLAMABA AL CIELO”.
Debemos reconocer en Benito Juárez al padre del liberalismo
en México,ya que bajo su dictadura, las logias masónicas de los Estados Unidos
nos dictaron e impusieron las Leyes de Reforma. Carta Magna de las libertades
de los pillos y de los grandes burgueses, enriquecidos a la sombra de una
doctrina que hundió en la esclavitud a los humildes.
De no haberle
fallado el corazón a Juárez, la Revolución de 1910 hubiera estallado en 1875.
Ya por entonces los desheredados habrían constatado que las libertades de los
débiles, estampadas por el liberalismo en la Constitución de 1857, de nada
valían frente a las libertades de los poderosos y los influyentes.
Porfirio Díaz supo
aprovechar la inconformidad popular y escaló la presidencia con la misma
bandera de Madero: “No Reelección”. Una vez en el poder, como buen liberal, se
olvidó de las miserias de los de abajo,cuyos clamores solo le importaron cuando
hubo de ahogarlos en sangre.
Con mejores dotes
de estadista, supo sin embargo apaciguar la inconformidad del Pueblo con cierto
bienestar material. Los peones trabajaban como bestias, pero al menos comían
sin mayores angustias y en la medida de sus limitadas aspiraciones.
Su libertad de
liberal, le permitió reelegirse hasta siete veces, aún cuando ello fuera en
contra de la promesa que le sirvió de bandera.
Medra en todos
los países, una infra – especie humana, que es, en último análisis, la
provocadora y culpable de las crisis sociales, grandes y pequeñas, sangrientas
y tranquilas, estrepitosas y sordas; que desgraciadamente es la última en
sufrir y que rara vez se ve ahogada en las tempestades que levanta. Tal es la clase capitalista que nunca ha
salido del “paganismo”, que vive hundida en el más bestial de los
materialismos, presa de una codicia sin límite y clásica representativa del
Lupus Hominis.
Encontramos a los
capitalistas en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento de la
historia. Su socarronería ante el
mensaje evangélico es de las más funestas. Ellos han creado el problema social
de todos los tiempos, desde la escisión entre patricios y plebeyos en la vieja
Roma, hasta la lucha de clases en nuestros días. En que unos cuantos detenten la riqueza,
mientras las multitudes carecen aún de lo indispensable, ha constituido siempre
el fermento más activo de las luchas entre los hombres.
Dios creó el
mundo para el servicio del hombre…. De todos los hombres por igual, si por
igual trabajan pudiendo hacerlo. Lo que
la Tierra produce, debe bastar para que todos vivamos satisfechos y en paz.
Pero ha brotado la
raza de los rapaces, de los que ambicionan todo; y esa raza, al propagarse por
el mundo, ha hecho que huya de las sociedades la paz de la convivencia. La explotación del hombre por el hombre, con
su prolongación desesperante, provocó una serie de reacciones violentas por
parte de las mayorías explotadas contra las minorías explotadoras.
EL ESPÍRITU
En la plenitud
del Imperio liberal (1889), León XIII alza su voz preñada de angustia para
repetir a los capitalistas la severa advertencia de Cristo: “No defraudéis su
salario a los Pobres”.
Les recuerda la
misión social de la riqueza y los insta a hacer justicia a los trabajadores, si
no que quieren que éstos se lancen airados a una lucha desastrada. Viendo venir sobre el mundo la catástrofe,
los conmina a conjurarla, despojándose de las fauces lobunas para revestirse de
la justicia y la caridad de Cristo.
Pero el mensaje
no llegó a su destino… o Llegó con retraso.
Porque los magnavoces, los sacerdotes, estaban en su mayoría
desconectados. Muchos de ellos,
ignoraron la Rerum Novarum y algunos la conocieron, por referencia cuarenta
años después, cuando PIO XI intentó sacudir en vano las conciencias de los
plutócratas con su “Cuadragesimo Anno”, y aún hubo en el Clero quienes,
habiendo conocido la Encíclica, optaron por la complicidad del silencio, porque
juzgaron “inoportuno y peligroso” para México el llamado del Pontífice que
hablaba por el Espíritu Santo.
Entre tanto, los
capitalistas, que lo eran los hacendados en el México anterior a la Revolución,
llevaban adelante su explotación a gran escala, que nadie pudiera coartarles
sus libertades consagradas por el liberalismo.
Salario hasta de $0.14 por jornadas de sol a sol, tiendas de raya, servidumbre
esclavizante: El peón pertenecía a su amo con lo poco que poseía: vida,
músculo, mujer, hijas e hijos. Y no es por desgracia un mero cuento el “derecho
de la primera noche” que algunos amos se arrogaban sobre las doncellas el día
de sus desposorios.
Era la iniquidad
al margen de todo derecho: LA INJUSTICIA CLAMABA AL CIELO.
Y éstos
capitalistas eran muy “católicos”. Todos
los domingos, con extraordinario celo, llevaban a la hacienda al sacerdote para
que confesara a los ladrones de frutos y para que exhortara a los “grandes
pillos” a la sumisión y la obediencia que debían a sus amos. No le permitían, en cambio, comunicarse con
los peones sino en el Confesionario. Los jacales infectos sólo recibían la
visita del Sacerdote cuando algún moribundo solicitaba su pasaporte a la
Eternidad.
Muchos sacerdotes
olvidaron su deber como Padres de los Pobres y se doblegaron lastimosamente a
la exigencia de los hacendados. Y cuando alguno impuso los fueros de su
dignidad sacerdotal sobre la consigna del poderoso – que los hubo, santamente
indoblegables- y predicaba a los campesinos la doctrina social de León XIII, se
encontraba en la sacristía con el colérico patrón que le gritaba: “O deja de
predicar sus tarugadas, Padre, o no
vuelve a poner los pies en mi hacienda”.
Desgracia para
México y para la Iglesia que no se multiplicaran entonces varones eminentes y
apostólicos como los Obispos José Mora y del Río, promotor de la lucha social
entre los católicos en México. Enrique Sánchez Paredes y Manuel Fulchieri, José
María Troncoso, Superior de los Padres Josefinos en la Provincia de México,
Alfredo Méndez Medina, Carlos María Heredia, Lucio Villanueva, Arnulfo Castro,
de la Compañía de Jesús. Rafael Dávila, José Toral, Darío Miranda, Sacerdotes
del Clero Secular. Licenciados Salvador Moreno Arriaga, Eduardo Correa,
Leopoldo Villela y Pedro Lascuráin. José Refugio Galindo, Roberto Huchison,
Francisco del Valle Ballina, Francisco Mijares, Manuel de la Peza y Gregorio
Aguilar.
A ellos se deben
los primeros valiosos esfuerzos realizados en plena dictadura porfirista para
dar cuerpo y vigencia a la doctrina pontificia sobre los derechos de los
trabajadores.
Si don Porfirio
Díaz y su gobierno liberal – masónico, lejos de combatir las ideas postuladas
por los católicos, les hubiera dado fuerza de ley, México se hubiera ahorrado
todos los dolores que le causaron las subsiguientes revoluciones.
Los Congresos
Católicos, las Semanas Sociales, los Congresos Agrícolas, reunidos entre 1903 y
1909 en Puebla, Morelia, Guadalajara, Oaxaca, Tulancingo, León, Zamora, Zapopan
y Ciudad de México, lograron maravillosas conclusiones que lamentablemente,
nunca tuvieron eco ni en el gobierno, ni en los capitalistas.
La unión obrera
Operarios Guadalupanos, fundada por José Refugio Galindo, en 1905, organizó
varias “Semanas Agrícolas” para el estudio de los problemas de los peones de
cada región. Las conclusiones de las
mismas, fueron presentadas ante las Cámaras. Pero los diputados liberales ni
siquiera las discutieron.
En 1908, bajo la
dirección del R.P. Don José María Troncoso, se constituyó la Unión Católica
Obrera para el estudio y solución de la cuestión social en México,
particularmente de la clase obrera. Cuán
intensa haya sido la actividad desplegada por sus dirigentes, lo revela el hecho
de que en Enero de 1913, tenían perfectamente organizada y en marcha la
Confederación Católica Obrera con 14,539 obreros afiliados. El primer intento
de sindicalización obrera en México, se debe pues, a los católicos.
LA REVOLUCIÓN POPULAR
Estalla la
inconformidad popular en 1910, cuando don Porfirio mata toda esperanza al
reelegirse por octavo cuatrienio presidencial. El pueblo humilde prefiere
jugarse la vida a seguir arrastrando su miseria bajo el látigo de caciques y
capataces.
Porque no fue Madero,
un pobre atolondrado e insincero, ni fueron los “revolucionarios” de entonces,
ni menos aún los de ahora, quienes hicieron la Revolución.
La novela
revolucionaria se precipita a medida que el Pueblo de México lee y conoce su
verdadera historia.
Juan Ignacio Padilla. “La Revolución Méxicana”. 1948.
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